Y los niños que somos o fuimos vuelven a los sueños del misterioso bosque , con Ana María Matute , en busca de un rostro que estrenar, después de los confusos y temerosos días de la pandemia, de tantas infecciones, pulmones encharcados de tristezas, pasos olvidados bajo el crujir de incomprensiones y penas, por las aceras desiertas, pasos perdidos en los prados de los interminables veranos.
Ocurre a veces que los niños viejos vuelven y se sientan contigo en una terraza, en un café improvisado, y te dicen ¿recuerdas cuando corríamos al atardecer en el pueblo?
Y entonces te sorprendes, porque la vida da muchas vueltas, pero vuelve sobre sus ejes de gravitación y sentido. Porque aquella que te lo dice se ha jubilado ya, después de tantos años de maestra rural en la escuela de infantil, y la escuela ya la han cerrado. Sin niños ni maestros la España despoblada y sus fantasmas? Y aquella que te lo evoca, ha estado junto a los niños toda la vida y no ha querido crecer, parece, te dice: los niños han sido mi mundo y te sorprende, que desde ese mundo tan claro y transparente como un poema de Juan Ramón Jiménez, como una carrera con la niña coja, tras el burrito Platero, ella, la maestra recién jubilada de niños infantes, los que todavía no saben decir?, que ella precisamente desde ese paraíso inhabitado y mudo, haya habitado sin embargo, las palabras de la noche oscura, y sea un lectora consumada de san Juan de la Cruz, sin ser erudita, ni experta en congresos. Porque ella ha morado en la noche, desde Andalucía a Castilla, como el mismo poeta místico, entre juegos y parvularios inéditos.
Piensas entonces en la infancia espiritual, las catequesis de antaño, con Teresita de Lisieux?, o lla segunda ingenuidad, del filósofo Paul Ricoeur, aquel viejo profesor que tuviste ocasión de escuchar en la universidad de Lovaina. Parece mentira. La vida da muchas vueltas, pero vuelve sobre los mismos ejes de gravitación y sentido.
Porque al fin y al cabo la noche, el bosque , los colores perfumados del camino entre zarzamoras que baja al río donde lavaban las abuelas, han sido siempre tu habitación del consuelo, tu recodo al borde del abismo de los días difíciles. El tuyo y el de tantas madres y hermanas , cuidadoras atentas , maestras rurales. Asistentes y enfermeras? Soportando en casa, además, adolescencias intempestivas de los hijos, ausencias y espasmos de los mayores con nombres tan raros como Alzheimer, masticados lentamente en soledad y olvido. Vuelves sobre los pasos torpes del Parkinson. Entonces ocurre que la infancia te rescata, te restaura, vuelves a saltar portillos y a escuchar los cangilones del tiempo que rechinaron en las norias de las Vegas, mientras recolectabas los albaricoques antes de que los picaran los pájaros?
Y entonces lo sabes, mientras resuena en ti dulcemente el eco de las palabras de Julia?, la maestra rural jubilada que no quería crecer. Entonces lo sabes: Tú no puedes volver atrás, porque la vida ya te empuja como un aullido interminable, y otros esperan que resistas con tu alegría?