OPINIóN
Actualizado 28/07/2021
Juan Antonio Mateos Pérez

Y de pronto, en esta fatigosa ninguna parte, de pronto el inconcebible lugar en el que el puro demasiado poco se transforma incomprensiblemente... RAINER MARIA RILKE La vida espiritual encuentra en el desierto sus formas de expresión: vacío, c

Pocos placeres como la lectura en el verano, bien sea en la playa, montaña o incluso en la propia casa. La lectura nunca cierra en agosto. Leer un buen libro es una aventura interminable. Cuando leemos en el silencio del corazón, el libro captura algo de nosotros, esencial para comprender el mundo. Es un buen momento para adentrarse en la espiritualidad del desierto y bucear en las profundidades del silencio. Un buen guía es el teólogo alemán Gisbert Greshake, con uno de sus libros que publicó ya hace tres años: Espiritualidad del desierto

Ahogados por las olas de la palabra y zarandeados por los vientos mediáticos, abandonamos nuestra tierra natal, la morada del desierto y el jardín del corazón para experimentar muchas veces el desasosiego y el vacío. La pérdida del silencio no es solo la pérdida de una cierta calidad de vida que parece que renace en el verano, es la pérdida de uno de sus componentes estructurales más esenciales de su existencia.

El desierto es una elocuente imagen de nuestra existencia con su doble polaridad, la muerte y la vida. Nos pone delante de un espejo en el que podemos descubrir de nuevo las dimensiones opuestas de nuestra vida: trechos difíciles y combates fatigosos, desengaños y dolorosas despedidas, situaciones sin esperanza y esfuerzos inútiles, pero también libertad y entusiasmo, fascinación y alegría por éxitos y logros.

El desierto no solo es un tipo de paisaje, sino una dimensión interior de la condición humana. El ser humano, nos recordaba el Maestro Eckhart, debe aprender a tener un desierto interior dondequiera y con quienquiera que esté. Debe aprender a penetrar a través de las cosas y a aprehender a su Dios ahí dentro, y a ser capaz de imprimir su imagen en su fuero íntimo, vigorosamente, de manera esencial. El retiro al desierto o al silencio es un proceso en el que el ser humano aspira a la indiferencia, a la serenidad y a la pobreza de espíritu, aquella que no quiere nada por sí misma, ni siquiera cumplir la voluntad de Dios, solo quisiera ser vacío y apertura para el obrar de Dios. Es Dios mismo quien dirige al alma "a un páramo dentro de ella misma y habla él mismo en su corazón". No se trata de un "fuga mundi" para dirigirse exteriormente al desierto, sino que debe aprender a "convertirse interiormente en desierto", desprenderse de las cosas en la medida que no son pura transparencia para ir hacia Dios.

La mayor parte de las espiritualidades del desierto, comenta G. Greshake, hunden sus raíces en la Sagrada Escritura. Dios se da a conocer y se revela en el desierto y remite al desierto como lugar privilegiado de encuentro. El desierto es fascinante y terrible, pero a la vez, es maravillosamente variado. Antoine de Saint-Exupéry vivió tres años en el Sahara comentaba: Como tantos otros, yo también he reflexionado sobre sus encantos. Todo aquel que ha conocido la vida del Sahara, donde todo parece ser únicamente pobreza y soledad, lamenta que hayan pasado esos años, los más hermosos de su vida. Las palabras «nostalgia de la arena», "nostalgia de la soledad", "nostalgia del espacio" son solo fórmulas literarias y no aclaran nada.

En el trasfondo de lo negativo, surge una profunda belleza. Es el lugar donde el programa espiritual de la historia de la salvación y de la gracia adquiere una icónica claridad. La pobreza y el vacío experimentado, las experiencias de muerte, hacen ver al individuo que por sí solo no se consigue nada y despiertan en él una esperanza de vida. Lo que el pueblo de Israel vivió en el desierto durante cuarenta años se hace un tiempo presente, un tiempo espiritual. Es el lugar donde Dios descubre al pueblo de Israel como hijo, como la niña de sus ojos, donde lo lleva en brazos como una prolongación de la liberación de Egipto. Pero el desierto es también el lugar de la prueba, debía aprender a apoyarse en un solo Dios y confiar en sus promesas. Es un lugar de preparación para el verdadero conocimiento de Dios, donde circuncidará el corazón y sellará una nueva alianza (Dt 29,6; 30,6). Jesús, como el pueblo de Israel, recorrerá el camino del desierto.

En la actualidad, en nuestras sociedades secularizadas de nuestro mundo Occidental, surgen nuevas espiritualidades no religiosas o bíblicas. En esta línea, también están surgiendo espiritualidades del desierto, emancipadas de toda raíz religiosa. Para muchos hombres y mujeres de hoy, el desierto es una fascinante tierra de escalada extrema, de evasión de un mundo donde todo está organizado, en el que el deseo de silencio y soledad, de vida sencilla y libre, ayuda a escenificar de un modo nuevo la vida. Esa búsqueda de experiencias profundas, a pesar de su secularidad, consciente o inconscientemente, son también de algún modo experiencias religiosas, o pueden preparar para un acceso religioso y espiritual.

La actual espiritualidad del desierto presenta una serie de rasgos reconocibles. Uno de ellos es vivir amplios y nuevos espacios de libertad limitando la vida a las cosas sencillas, liberando las cosas superfluas y haciendo del desierto parte de uno mismo. El alma en el desierto se vacía y en lo más hondo del alma es como estar en casa, pero con el ilimitado anhelo de una ilimitada extensión.

Otra experiencia de la espiritualidad del desierto es la de la quietud y el silencio. "Te llevaré al desierto", al silencio, comenta Dios en la Sagrada Escritura (Os 2, 14). Él nos ha traído a este silencio, a esta soledad para que tomemos conciencia de su comunión con nosotros (J. Fernández Moratiel). El desierto es el lugar de la palabra. Silencio y palabra contienen el corazón de Dios, haciendo de la soledad del desierto un interior habitado. Dios habla al desierto y al silencio, y los llena con su presencia.

El desierto lleva a nuevos modos de vivir y habitar la sociedad. Frente a la aceleración del tiempo y la prisa, en el desierto se vive y se experimenta la lentitud. En ese silencio se pueden recuperar valores interiores como la fantasía, la imaginación, la contemplación, el desarrollo de la vida interior, la paciencia o la esperanza, pero también, para el creyente, a Dios. Esto nos invita a acercarse de un modo nuevo a la realidad, valorando hechos que antes nos parecían insignificantes creando nuevas perspectivas para la vida y la alegría de cada día.

Todos estamos invitados al desierto y al silencio. El desierto se hace presente en nuestro corazón cuando nos hemos quitado las sandalias de todo lo que sabemos, todo lo que pensamos, todo lo que tenemos. Es entonces cuando podemos hacer de nuestro corazón la morada del sol y podemos decir "Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir" (Jr. 20, 7)

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