El poeta y periodista Roberto Cazorla
Dejo conocer dos prosemas incluidos en el más reciente libro publicado por Roberto Cazorla, 'Las entrañas de la duda' (Betania, Madrid, 2021). Cazorla es periodista, poeta y actor nacido en Matanzas. Desde 1963 reside en España. Trabajó durante cuarenta y un años en la Agencia EFE. Actualmente es corresponsal y colaborador del semanario Libre, publicado en Miami. Autor de una treintena de libros de poesía, cuentos y relatos. En 1997 publicó Ceiba Mocha, autobiografía de su niñez cubana. Sus últimos títulos publicados son: Ciudadano de un archipiélago de ternura (2014), La isla que me llamaré siempre (2016) y "Perdido en la placenta del tiempo" (2017).
Enhorabuena al autor, y también a su editor, mi largamente apreciado Felipe Lázaro.
FUSILAR LA MENTIRA
¿Y qué le digo al pájaro que quiere anidar en mi
primer bostezo, que insiste en desmantelar la caricia que
se fue sin billete de regreso? Estoy habitando los metros
cuadrados de la adolescencia que ha vuelto para salvarme,
porque estaba atrapado en una enredadera de miedos que
habían sucumbido; cuando estoy a punto de lanzarme al
fondo de lo que no quiero recordar. Y todo por no haberme
abrochado la duda que me sigue los pasos, que abruma
el paladar de una isla que se abrió las venas antes de que
la lanzaran al mar sin un documento para identificarse,
sabiendo que nunca regresaría para contemplar el mundo
desde el pararrayos de una iglesia asaltada por palomas
y murciélagos. Estoy sitiado de cosas que van a suceder,
de incertidumbres y consejos que les pasé por encima.
Me siento como si me hubieran hecho hasta la mitad;
componente de la imagen de los laureles que recibían a los
que se quedaban para siempre, que mordía cada centímetro
de mi proceso, y me obligaba a contar las veces que vi a
mi madre contemplándose en un espejo de cenizas. Yo no
quería crecer porque significaba la pérdida del olfato que
me permitía descubrir la ingenuidad de la escarcha; que
me dijeran que existían las malas noticias. ¿Y qué digo
respecto a la pertinacia de los que quieren desnudarse en
el epicentro de un afecto andrógino? Estoy condenado
a vivir para detectar el sonido de las olas que siguen
salpicándome. Es difícil vivir al borde de un abismo de
malos recuerdos, de un revoloteo obsesivo, de las entrañas
de la necedad que resulta el mundo. Todo es más feo que
la agonía de un pez, que ser el punto de mira de reptiles
con apetito de nosotros. Me niego a que derritan mis
huesos para diseñar disfraces. Quiero que me envidie la
fragilidad de un suspiro, que el trópico aplaste la decisión
de no regresar jamás. Estoy cansado de navegarme por
dentro, de confundirme los poros con los puntos y comas
de la venganza. Sé que Dios me puso la penitencia de
escribir miles de veces la hora y el día en que me convertí
en un foráneo. El mundo sigue diseñando suplicios, pero
me puse en la fila a esperar el turno para que me vendan la
puntería necesaria para fusilar la mentira.
LA LEJANÍA
Hay que estar lejos, para saber que la lejanía es una
muralla de alfileres haciéndole señales a una descarga
de fucilazos, soportar el disfrute de la memoria
empujándonos desde un puente que Dios no ha terminado
de medir el vértigo de su altura. Estar lejos es un gemido
perenne sin fecha de caducidad, una roca esperando para
sojuzgar el deseo del que quiera volver, empaparse con
la lluvia cayendo encima de la niñez, en los pechos que
vertían átomos de vida, empujándonos hacia lo que nos
queda por llorar. Estar lejos tiene la amargura del beso
que se marchitó por no tener el aliento-aeropuerto para
aterrizar. Nadie desea estar lejos, porque equivale a que
ni el vientre que fue nuestra casa, nos invite a dormir
sobre la sábana virgen desde el color, hasta la intriga de
saber quiénes somos. La lejanía la confeccionaron cuatro
sílabas a las que la herrumbre le perforó la gnosis. Estar
lejos es que te falte la mitad, sentir que nuestro pecho es
la estación de la que salen mensajes con la resonancia del
tiempo que no calculamos; el espanto celebrando el debate
que le ganó al calendario. ¿Quién inventó la lejanía? ¿Por
qué estar lejos significa que la blancura del arroz sea el
luto reprochándole a los que fuimos culpables? ¿Por qué
la distancia pone condiciones produciéndole rechazo al
deseo de regresar? ¿Por qué el miedo a que nos paralicen
la indiferencia a los que negamos lo corrosiva que es la
lejanía? Estar lejos es aliñarnos las entrañas para servírsela
a los que tapiaron la salida de emergencia. Nunca la
lejanía será consentida, menos habiendo dejado la huella
dactilar en la acidez de un "tamarindo", ni la primera
ilusión encadenada a la cintura de la palma que vive en
el ala derecha del escudo. "Cuanto más lejos mejor", es
la madrastra de la infamia, un suspiro inválido que no
puede apagar el fuego que nos licua los glóbulos de la
conciencia. No merecemos estar lejos ni de nuestra propia
sombra.
Calle Marti. A la izquierda Casa de la Cultura (Ceiba Mocha - Matanzas)