Para Ramón Sampedro y Luis Montes, in memoriam.
El 24 de junio ha entrado en vigor en España, por fin, la Ley Orgánica 3/2021, de 24 de marzo, de regulación de la eutanasia. Con los consabidos rechazos de tipo, dicen, moral. Es difícil encontrar argumentos morales en contra de la eutanasia; la oposición a su práctica se encuentra en principios religiosos. Pero la moral y la religión son dos sistemas independientes, y es bueno recordar que la moral no depende lógicamente de la religión, porque ésta no es ni una condición necesaria ni suficiente para la existencia de la moral. No es condición necesaria, puesto que un individuo puede tener principios morales y carecer de principios religiosos; sería absurdo considerar inmoral a todos los ateos, aunque eso es, precisamente, lo que hacen, implícita y explícitamente, quienes se oponen al reconocimiento del derecho a una muerte digna. Los de siempre.
Asfixiante, repetida, antigua, previsible y machacona, la actitud del reaccionarismo español ante el anuncio de cualquier avance en el reconocimiento de derechos de las personas. Pero también aburrida, ridícula, chabacana, incompetente y simple, la respuesta que los partidos de la lamentable e impresentable derecha política española dan a la contemporaneidad, la actualización, el acondicionamiento, la modernización o la mera puesta al día de las leyes sociales de este país.
Con el consabido inmovilismo medieval de pensamiento, ha sido recibida por las huestes de la reacción española, una de las más carcas del mundo civilizado, la llamada ley de la Eutanasia, que entra en vigor ahora y que supone el reconocimiento del derecho personal a la muerte digna, y que ha sido calificado por el sotaneo y el tiralevitismo patrio, nada menos que como autorización del asesinato y veda abierta para el crimen impune. Como acostumbran, razonamientos llenos de la nada argumentativa más desoladora y dirigidos a conmilitones del fanatismo religioso, destinados a feligreses del oscurantismo patriotero y dominador y suministrados como oración a los devotos de la peor cara de la más cutre y mezquina intolerancia.
Sucedió en el pasado, cuando pusieron el grito en su cielo frente a las leyes que abrieron la puerta al divorcio y volvió a suceder, aunque mucho más guerreadores fueron entonces los fachas, contra el derecho a la interrupción del embarazo; maldijeron y anatematizaron, insultaron y recurrieron a todas las instancias frente a las normas que en su momento permitieron la unión matrimonial entre personas del mismo sexo e intentaron impedir por todos los medios las de protección integral de la infancia; volvieron a las andadas, o las retomaron, con su feroz oposición y griterío contra las leyes y decretos de lucha contra el crimen y el maltrato a las mujeres, y ahora vuelven a subirse a los púlpitos del vocerío con la regulación de la eutanasia y mañana lo harán ?son tan previsibles- con el reconocimiento de la identidad sexual...
Una derecha española, reaccionaria como pocas en el mundo y contraria siempre a la sociedad a la que dice representar, obstaculiza gravemente cualquier avance ético y de contenido moral (el reconocimiento de los derechos humanos es siempre un rasgo de ética pública). Con su vieja letanía de creencias, devociones, rituales, misterios trinitarios, liturgias y mandatos divinos que quieren convertir en imposición, obligación represiva y exigencia legal, los intentos de obstaculización de los avances sociales en España se ralentizan, judicializan y entorpecen mucho más de lo que deberían, en una sociedad como la española, maltratada durante siglos por pecheros y privilegiados de todo tipo, y que va mereciendo ya librarse de los flecos dictatoriales y las rémoras inquisitoriales de estos grupos de fantoches políticos y procesionales.
Desde las leyes educativas hasta el contenido de las asignaturas escolares o la manipulación y censura de la Historia misma, es decir, del conocimiento formativo, la ideología y el interés reaccionarios convierte el desarrollo social de este país en un periplo lleno de obstáculos que en ocasiones, lamentablemente, frenan avances más que necesarios y que, en ciertos aspectos, nos convierten en esa 'reserva espiritual' por la que tanto lucharon dictadores y genocidas. Inquisidores de la enseñanza, contrarios a la igualdad, doctrinarios y con un gregarismo de clase que alimenta su obstinado fanatismo, utilizan las palabras (libertad, vida, derecho...) con el filo antagónico de lo que significan y, a la postre, con el traje de la estulticia.