OPINIóN
Actualizado 19/06/2021
Ángel González Quesada

A pesar de que desde hace algunos años la antigua parafernalia propagandística institucional sobre la monarquía española ha decrecido notable e interesadamente, de vez en cuando asoman a los titulares y las tertulias los espesos y permanentes anuncios de una institución que cada día se revela más insustancial, más inútil, más inservible y, por momentos, más perjudicial para la convivencia en este país.

Descender a la crítica de la reciente y chusca ocurrencia de alguna gobernante autonómica incapaz de entender la más simple asociación de ideas en lo que respecta al funcionamiento institucional ("van a hacer cómplice al rey"), es un recurso tan fútil e insustancial como insultante para cualquier inteligencia. Porque, como se ha hecho burdamente, construir una suerte de "ofensa" al rey para tener la oportunidad de contestarla, es un plan tan necio que dice mucho del nivel de debate social español. Un plan que a todas luces sirve para lograr un (otro) apoyo casi unánime a la figura de Felipe de Borbón y, de paso, a la tan desprestigiada monarquía borbónica.

El cuento es muy sencillo y la jugada infantil. La víctima, como siempre, nosotros. El cuento es no dejar de hablar de la monarquía en cuanto a sus supuestas virtudes para intentar conjurar, equilibrar o incluso anular el hedor que despide en los últimos tiempos. La jugada es la puesta en escena de una suerte de timo de la estampita, donde el timador que se hace el "tonto" (digamos la tonta), en un acto masivo de gran repercusión mediática, parece (parece) desconocer con sus ignorantes obviedades una "verdad" (los mandatos constitucionales y, consecuentemente, la 'excelencia' de la labor del rey), que inmediatamente el gancho, es decir, el timador "listo" (partidos, instituciones, medios de comunicación y gacetilleros de toda laya) se aprestan a proclamar, editorializar, dedicar tertulias y hasta programas especiales para sacar de su "error" a la pobre ignorante desconocedora de esos valores monárquicos que tan inconscientemente ha cuestionado. Y, otra vez, a la víctima de semejante mala opereta, el pueblo español, se le coloca el falso fajo de billetes como si fuese una fortuna, o el tocomocho del décimo falsamente premiado, que le será retribuido con otro desfile, abrillantado con otro besamanos u otra recepción, para que siga creyéndose afortunado, y sobre todo siga asociando la monarquía al progreso o la estabilidad, identificándola con la democracia y el bienestar, y sobre todo siga creyendo en una suerte de esencialidad irreemplazable de una institución tan reemplazable como la monarquía.

La por fin iniciada tramitación de la reforma legislativa de los delitos de opinión, una cuestión por la que el desinterés político y judicial durante décadas ha generado aberraciones penales, condenas incomprensibles, descrédito internacional y ridículo social no menor, afortunadamente está en marcha ya en este país una reforma jurídica destinada a eliminar del Código Penal varias calificaciones delictivas que obstaculizan el ejercicio de la libertad de expresión, especialmente la llamada "injurias al rey", un constructo jurídico absurdo, heredero de la antigua sumisión forzosa e incontestabilidad a la dictadura y al dictador y que, bajo la (vana) justificación de protección del Estado, ha servido desde 1975, y sirve aún, para amurallar contra la crítica democrática y la libertad de juicio, tanto la institución monárquica como el comportamiento y atribuciones de sus integrantes.

A pesar de los intentos de manipulación y engaño institucionales con que, cada día más sorprendentemente, se publicita y apoya en este país la monarquía impuesta por el franquismo; a pesar de los escándalos y delitos de todo tipo protagonizados por el antiguo rey y algunos de sus familiares; a pesar de la vergüenza e indignación general que causa la actual situación de miembros de la familia real juzgados y condenados en España pero asentados y aposentados en el extranjero con toda clase de privilegios, comodidades y atenciones, algunas a costa de los impuestos de los españoles; a pesar de las costosas y jactanciosas ceremonias propagandísticas de la monarquía, como los premios Princesa de Asturias y otros intentos de asociar la institución a nombres de mérito; y a pesar de los programas escolares "¿Qué es un rey para ti?" y otros, groseros intentos de adoctrinamiento y manipulación infantil, y a pesar de timos, tocomochos, nazarenos y otras perlas de la prestidigitación política, el debate sobre la estructura del Estado, la discusión pública sobre la forma de gobierno, la apertura del proceso al franquismo y sus imposiciones y directamente el cuestionamiento público de la monarquía, están a punto de iniciarse en este país. Mejor hoy que mañana.
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