Lo diseñan todo, lo manosean todo. Las ciudades, los bares. Los cuerpos, las actitudes. Las portadas de los libros. Las caras, la mentalidad de la gente. El sexo, las cualidades de los granos de trigo. Niegan toda espontaneidad, toda naturalidad. No existe nada, todo es plástico, todo lo podemos manipular a nuestro antojo.
En el Barroco existían los arbitristas, que con sus diseños mentales pretendían resolverlo todo. Quevedo y otros se burlaban de ellos, hacían chistes sobre ellos. Pretendían adecuar la realidad a las ideas arbitrarias de su cabeza, triangularlo todo, cuadricularlo todo. No existía la vida para ellos, solo sus triángulos.
Pero ahora esa mentalidad ha triunfado. Manoseamos el planeta sin límites, manoseamos la naturaleza. No la respetamos ni la queremos, la tratamos como una muñeca de plástico. Mucho peor que a una puta. Por supuesto que no la queremos. La sometemos a nuestra voluntad tiránica, a nuestros caprichos. Queremos imponerle sobre todo la cantidad, que produzca y produzca masivamente, sin reparar en matices (que son lo esencial de la vida)
Ya no hay vida, solo hay diseño. Todo es plástico para nuestros caprichos tiránicos. Somos como los niños mimados del amo tecnológico que no duda en quitarle un brazo a un esclavo, arrancarle un ojo, para que responda a su diseño. Hacemos experimentos en los laboratorios, nada nos vale tal como está. Liberarnos para nosotros consiste en aplicar el capricho y la prepotencia.
Muchos soñadores pensaron en liberar la vida, en encontrar la libertad radical de lo más hondo de nosotros. Ahora es que no existe raíz ni existe nada hondo. Solo el diseño, el triángulo, el capricho de los diseñadores. O sea, de los tecnócratas.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR