OPINIóN
Actualizado 03/06/2021
María Fuentes

Salamanca vuelve a ser Salamanca. Sólo eso. Todo eso. Las calles han vuelto a llenarse. Se han reactivado los reencuentros, los besos y las sonrisas. Sentada desde la Plaza Mayor se palpa la realidad social de la ciudad, y vuelvo a percibir la vida como si viniera de vuelta tras tantos meses de miedos e incertidumbres.

Siento que Salamanca vuelve a ser lo bella que lo ha sido siempre. Nuestros pueblos van tomando pulso. He vuelto a ver a nietos agarrando fuerte la mano de sus abuelos, y pocas imágenes hay más bellas que esas. Padres e hijos han vuelto a verse después de muchos meses separados por una pantalla; los hosteleros empiezan a ver luz; los comerciantes respiran, los estudiantes se apoderan de la Plaza Anaya y vuelvo a ver miradas de esperanza detrás de esas mascarillas que siguen siendo compañeras de viaje. Ya queda menos.

No ha sido fácil llegar hasta aquí, y aunque aún quede mucho camino para recuperar la normalidad plena que anhelamos, hoy hay motivos para creer porque hay datos que así lo avalan. A estas alturas ya nadie duda de que la recuperación económica y social depende en un porcentaje alto del proceso de vacunación, y lo estamos logrando. La ocupación de las UCI de la Comunidad por Covid ha bajado de los 100 ingresados por primera vez en ocho meses, Salamanca roza el 50% de la población vacunada con al menos una dosis, más de 88.000 personas ya han completado la pauta de vacunación y nuestra provincia se sitúa ya como la segunda de Castilla y León con más población inmunizada, exactamente un 27%.

Ahora ya sabemos que las vacunas nos protegen de los efectos más graves de la Covid-19, pero todavía no nos pueden asegurar que los vacunados no tengan capacidad de transmisión en caso de contagiarse. Aún quedan dudas. Precaución siempre, por supuesto, pero es el momento también de agarrarnos a las certezas tras más de un año en el que nos han arrebatado la cercanía entre personas, el contacto y los momentos de alegría con los nuestros.

Tanto dolor y tantas malas noticias que consumimos a diario no me han arrebatado el convencimiento del poder curativo que da un abrazo. Un abrazo sobrepasa lo emocional y puede llegar a generar beneficios físicos importantísimos, tanto a las personas que los dan, como a las que los reciben. Luna Reyes, la voluntaria de Cruz Roja que se desgarraba para abrazar a uno los migrantes que logró cruzar uno de los espigones fronterizos hasta la playa del Tarajal de Ceuta, es la que me hizo reflexionar sobre el abrazo. Una fotografía icónica de esta crisis migratoria sin precedentes en las costas españolas. El abrazo de la pureza, de la humanidad en su máxima expresión. El consuelo ante las lágrimas desconsoladas.

El abrazo no entiende de idiomas, traspasa fronteras y razas. Ahora que podemos ir devolviendo poco a poco los abrazos guardados, es el momento de confiar en lo que viene. Lo vamos a conseguir y saborearemos pronto la vida de antes. Ese será el mejor antídoto para combatir la tristeza.

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