OPINIóN
Actualizado 23/05/2021
Alfredo Pérez Alencart

Antonio Colinas en la Sala de la Palabra del Teatro Liceo (foto de Jacqueline Alencar)

Me complace difundir un excelente poema de Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946), poeta, narrador, ensayista y traductor. Entre 1970 y 1974 residió en Italia, donde trabajó como Lector de Español en las Universidades de Milán y de Bérgamo. Posteriormente residió veintiún años en la isla de Ibiza y, desde 1998, vive en Salamanca. Entre sus muchos reconocimientos destacan el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2016), el Premio Nacional de la Crítica (1975), el Premio Nacional de Literatura (1982), el Premio de las Letras de Castilla y León (1999), y en Italia el Premio Internacional Carlo Bettochi (1999), concedido por su labor de estudioso de la cultura italiana y el Premio Nacional de Traducción (2005). Otros galardones son la Encomienda de Número al Mérito Civil, la Creu de Sant Jordi de la Generalitat Catalana y la Medalla del Consell Insular de Ibiza. Fue reconocido como "Importante de las Islas Baleares" y es Hijo Adoptivo de la Ciudad de Salamanca. El conjunto de su poesía (Obra poética completa, 2011) ha sido editado en España por Siruela y, en México, para América, por el Fondo de Cultura Económica. Autor de novelas como "Un año en el sur" y "Larga carta a Francesca" y de cuentos, como "Días en Petavonium", "Huellas" o "Leyendo en las piedras". También de estudios biográficos sobre Vicente Aleixandre, Giacomo Leopardi y Rafael Alberti. Sus libros de aforismos han sido recogidos en el volumen "Tres tratados de armonía". Entre sus libros de ensayo están "El sentido primero de la palabra poética", "Del pensamiento inspirado" o "Nuevos ensayos en libertad".

LETANÍA DEL CIEGO QUE VE

Que este celeste pan del firmamento

me alimente hasta el último suspiro.

Que estos campos tan fieros y tan puros

me sean buenos, cada día más buenos.

Que si en tiempo de estío se me encienden las manos

con cardos, con ortigas, que al llegar el invierno

los sienta como escarcha en mi tejado.

Que cuando me parezca que he caído,

porque me han derribado,

sólo esté arrodillándome en mi centro.

Que si alguien me golpea muy fuerte

sólo sienta la brisa del pinar, el murmullo

de la fuente serena.

Que si la vida es un acabar,

cual veleta, chirriando en lo más alto,

allá arriba me calme para siempre,

se disuelva mi hierro en el azul.

Que si alguien, de repente, vino para arrancarme

cuanto sembré y planté llorando por las nubes,

me torne en nube yo, me torne en planta,

que sean aún semilla mis dos ojos

en los ojos sin lágrimas del perro.

Que si hay enfermedad sirva para curarme,

sea sólo el inicio de mi renacimiento.

Que si beso y parece que el labio sabe a muerte,

amor venza a la muerte en ese beso.

Que si rindo mi mente y detengo mis pasos,

que si cierro la boca para decirte todo,

y dejo de rozar tu carne ya sembrada,

que si cierro los ojos y venzo sin luchar

(victoria en la que nada soy ni obtengo),

te tenga a ti, silencio de la cumbre,

o a ese sol abatido que es la nieve,

donde la nada es todo.

Que respirar en paz la música no oída

sea mi último deseo, pues sabed

que, para quien respira

en paz, ya todo el mundo

está dentro de él y en él respira.

Que si insiste la muerte,

que si avanza la edad y todo y todos

a mi alrededor parecen ir marchándose deprisa,

me venza el mundo al fin en esa luz

que restalla.

Y su fuego

me vaya deshaciendo como llama

de vela: con dulzura, despacio, muy despacio,

como giran arriba extasiados los planetas.

Alfredo Pérez Alencart, Pilar Fernández Labrador, Margalit Matitiahu y Antonio Colinas (foto de Jacqueline Alencar)

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