Los regímenes democráticos son previsibles. Eso, que es su mayor fortaleza, también es síntoma de debilidad, con unas Cámaras de diputados que ya se sabe qué van a votar, dada la adscripción política de sus miembros. Con una clase política, además, que se siente legitimada para llevar la contraria a sus votantes una vez han sido elegidos.
Así se explica el eslogan "¡no nos representan!", que fue uno de los variados lemas que se coreaban el 15-M, del que se acaban de cumplir diez años. Aquel acontecimiento fue quizás la mayor sustitución colectiva en nuestro país del Congreso por la calle, de los políticos por individuos sin clasificación partidista.
Pero no es la única manifestación de masas aquello que se llamó la Spanish Revolution ni nuestras calles han sido el único escenario de concentraciones pacíficas o no, inconcretas o con motivos específicos de protesta. La calle, desde Bielorrusia a Birmania, pasando por países genuinamente democráticos, cada vez más ocupa el centro de la acción política en detrimento de los Parlamentos.
La protesta, la algarada, la violencia, incluso, toma diferentes formas y se ajusta a patrones muy diversos con razones que a veces escapan a sus propios protagonistas. Surge, incluso, donde menos se espera. Por ejemplo en Colombia, un país hasta hace poco asolado por la guerra civil, con dos facciones guerrilleras y grupos paramilitares, violencia del narcotráfico,? cuando parecía haberse normalizado la vida civil ha surgido una nueva violencia que está haciendo tambalear todas las estructuras políticas.
El común denominador de todo ello, de buscarse, sería la insatisfacción ciudadana con sus representantes, ya sean los legisladores, el Gobierno y hasta el poder judicial, que necesitan otra legitimación que les haga más próximos a sus representados. Es el caso del próspero Chile, donde la revuelta callejera ha llevado a preparar una nueva Constitución, más acorde con los actuales anhelos de los ciudadanos.
O los Gobiernos, incluidos los democráticos, consiguen el acercamiento a las masas radicalizadas en la protesta, o poco a poco, y cada vez más, la calle será la alternativa política a los Parlamentos sin que eso beneficie a nadie, sino que perjudicará a todos.