Solo despertarme esta mañana, me di cuenta de que hoy no era mi día. No me sentía "inspirado". Ni siquiera sabía qué querría o podría hacer, con mi ocio obligado por este ERTE que nunca termina. Estar en paro es un asunto muy chungo y más en tiempos de pandemia. Se le quitan a uno las ganas de hacer los deberes, incluso los imprescindibles, como comprar el pan o las cervezas.
Como vivo en el Madrid libre puedo irme a tomar unas cañas, de buena mañana, a Malasaña o a Lavapiés. No, a Malasaña no, no me siento especialmente con mala saña, solo un poco decaído. Iré más bien a Lavapiés, que por allí te hacen un lavado completo de pies por un euro y así me ahorro la ducha ( el gas está poniéndose carísimo).
Eso es lo que hice. Cuando salí de casa camino del Metro, me crucé con Adela, la del quinto, que quizás volvía a su casa después de compras en el Súper. Como siempre me ha atraído la atractiva Adela, incluso con mascarilla, saqué pecho como un autómata al pasar a su lado y justo hacer el ridículo gesto me di cuenta de mi zafiedad: yo "sacando pecho" delante de Adela, que tiene un cuerpo y unos pechos que no necesita sacar nada para que toda ella sea un imán. Así de torpes somos los hombres.
Hoy Lavapiés está irreconocible. Solo salir del Metro el olor de las acacias te inunda y la plaza está alborotada como nunca lo ha estado en estos extraños meses de pandemia; todos los comercios, todos los bares, las carnicerías musulmanas, los restaurantes indios, las floristerías, todo está de par en par. Hasta el Teatro anuncia sesión para hoy. Son las doce de la mañana y las terrazas están abarrotadas y eso que ya se puede beber en el interior. Me siento en una de ellas, pido mi caña doble con un pincho de tortilla, pues aún no he desayunado, y disfruto de la caña y del sol como si estuviera en la playa de la Malvarrosa. "¡Coño! (pienso asombrado de mis pensamientos) a ver si al final la Ayuso tiene razón y con esta libertad y esta caña no necesito más para la felicidad?".
Pero?el hombre propone y Dios dispone. De repente, veo ante mis ojos a mi ex, que me ha visto y se acerca sonriente hacia mí. (¡Hay que j?qué mentirosa la Ayuso!). Me pongo rígido, pero simulo relax y placer por el encuentro. Nos besamos, la invito a sentarse y hago hueco para que deje el carro de la compra, lleno. Se me había olvidado que ella siempre hace la comprar en el mercado de Lavapiés, pues vive al lado.
Después sigue un largo silencio. Para romper la tensión, por decir algo, le pregunto:
No me responde. Mira de perfil. Ya sé que no me va a decir ni que sí ni que no. Lo cual me viene bien, pues mis dudas estratégicas sobre qué hacer con lo nuestro parecen ser interminables.
Sonreímos a la cámara, agarraditos, mientras suena la música de un chotis. Todo resuelto.