OPINIóN
Actualizado 01/05/2021
Francisco Aguadero

La soledad es, a mi entender, uno de los mayores males mundiales que invade a la sociedad contemporánea y la más extendida de las pandemias. Hasta tal punto, que empieza a ser una preocupación de los organismos internacionales y una cuestión de Estado para los países. Cada vez hay más personas que se sienten solas y esto es un problema mucho más serio de lo que parece a simple vista.

Antes de la llegada de la Covid ya hablábamos del gran incremento de los sentimientos de soledad que estaban acabando con nuestras vidas, especialmente en las sociedades desarrolladas. Japón, por ejemplo, en el mes de octubre de 2020, perdió más gente la vida por suicidio que por el virus. No cabe ninguna duda de que la llegada del coronavirus con los consecuentes aislamientos y confinamientos, ha tenido una fuerte incidencia en la salud mental individual y colectiva, como lo pone de manifiesto el incremento de suicidios en el ejemplo del país citado.

No es solo por el envejecimiento de la población, debido al aumento de esperanza de vida y la baja tasa de natalidad. Estamos ante un cambio profundo en las conductas sociales y en la idea de la sociabilidad. Las últimas generaciones tienen cada vez menos interés en las interacciones sociales casuales. Las nuevas tecnologías no facilitan el roce humano directo, todo lo contrario, favorecen que todo se haga virtualmente a distancia, en la creencia de que con el contacto social por el móvil es suficiente. Y hasta se llega a considerar como un símbolo de éxito el vivir solo.

Esa cultura del individualismo que parece estar imponiéndose en esta sociedad, pone de manifiesto el cómo, cada vez más, hasta personas de corta edad, manifiestan sentirse solas en su vida diaria. A medio plazo, esta ya considerada patología de la soledad, podría desatar una crisis sanitaria y social de consecuencias difíciles de reparar. Este aislamiento social, con frecuencia crea situaciones que generan depresión, tristeza, ansiedad y suicidios.

La soledad continúa siendo un asunto importante en la literatura, pero se ha convertido en algo endémico y en un problema de salud pública sobrecogedor. Algunos países como Japón y Reino Unido han tomado conciencia de tal situación y la han asumido ya como una cuestión de Estado, creando un Ministerio de la Soledad, cuyo nombre es por sí mismo revelador, y que tiene como primera tarea la de conocer la epidemia de la soledad y diagnosticarla. La soledad es una enfermedad silenciosa e invisible, que tiene un gran impacto en nuestra sociedad y que cada año se lleva miles de vidas humanas.

Paradójicamente, esto sucede en estos tiempos caracterizados por la conectividad que nos proporcionan internet y las redes sociales, que permiten a las personas vivir hiperconectadas, tecnológicamente, pero con fuerte aislamiento afectivo directo. Las compañías tecnológicas prometieron que harían productos y servicios que ayudarían a la población a comunicarse, a crear relaciones significativas y comunitarias. Pero lo que en realidad ha pasado es que el sistema de redes facilitado por las tecnologías de la información y la comunicación, ha ahondado la grieta comunicacional y la desconexión social de cercanía.

El significado más doloso de la soledad es cuando esta es forzosa e impuesta, como la debida al confinamiento por la pandemia, restringiendo el contacto social, incluso ante la muerte de un ser querido; y la posibilidad de elegir respecto del qué hacer. Es un tipo de soledad que puede generar estrés, sensaciones de agobio, pesimismos y desesperanza, proyectándose hacia síntomas de ansiedad o depresión. En el interior de los hogares unipersonales, el confinamiento y las restricciones sociales se viven de otra forma, mucho más penosa. Según un estudio realizado a lo largo de 13 años en el Hospital Universitario de Essen (Alemania), el aislamiento social aumenta en un 50% el riesgo de morir por cualquier causa determinada.

En sociedades envejecidas como es la europea, la más generalizada de las soledades es la no deseada. Aquella que afecta principalmente a los mayores. En España viven solas 5.000.0000 de personas, 100.000 más que el año pasado. La mayoría son mayores de 65 años y las más son mujeres. Muchos de estos mayores están invadidos por la tristeza generalizada o por el sentimiento de abandono porque, vivir solo, es para muchos mayores como vivir en cuarentena permanente. El contacto para ellos, como para todos los humanos, es una necesidad psicológica primaria, tanto como el comer y el beber.

Hay otro tipo de soledades menos dañinas como es la soledad buscada. Algo que suele ser temporal y que todos necesitamos, nos viene bien, escapar un momento o un tiempo del mundanal ruido. Es una soledad romántica, que nos permite reflexionar en la intimidad de tu hogar o al serano de una noche de verano. Aunque, antropológicamente, el hombre sea un ser social, por naturaleza.

Y para otros, especialmente para los jóvenes, su forma de vida puede ser una soledad elegida. Aquellos que, por una otra razón, eligen vivir solos, o, mejor dicho, convivir con la soledad y sacarle de forma constructiva un lado positivo. El fenómeno más curioso, al respecto, se encuentra en Corea del Sur, donde existe un movimiento, nacido de la contracultura, que reivindica la soledad como estilo de vida. Conocido como honjok o tribu de uno solo. Para nosotros parece un contrasentido, llamarse tribu siendo uno solo, pero allá, el 75% de la población acoge los valores del confucionismo, que señala que "La gema no puede ser pulida sin fricción, ni el hombre perfeccionado sin pruebas" (Confucio). Sin connotación alguna de aspecto religioso, el honjok invita a reflexionar sobre quiénes somos realmente y a disfrutar de la soledad.

Más allá de esta soledad elegida, atender a otros tipos de soledades citadas es fundamental en las sociedades contemporáneas. Algunos pensamos que, para combatir la soledad, habría que fortalecer los vínculos sociales que más nos importan: la familia, la amistad, el trabajo, la comunidad frente al individualismo. Para atender a quienes viven solos, sería preciso contar con unidades multidisciplinares compuestas por psicólogos, antropólogos, asistentes sociales, servicios sociales. Amén de acciones decididas de las administraciones públicas que alimenten la esperanza de vida de quienes padecen esas soledades, porque no es lo mismo estar solo que sentirse solo.

Escuchemos a Marisol en Balada para la soledad de mi guitarra

Aguadero@acta.es

Leer comentarios
  1. >SALAMANCArtv AL DÍA - Noticias de Salamanca
  2. >Opinión
  3. >Soledades