Sergio lee mucho en el trabajo, con sus gafas de presbicia en media nariz, y casi siempre temas y autores relacionados con su profesión, buscando entre líneas casos semejantes que se hayan resuelto previamente.
Aurora, en cambio, lo hace en casa, con los codos encima de la mesa del comedor, con frecuencia sujetándose la cara porque ya tiene mucho sueño a esas horas pero, a la vez, deseando saber cómo termina esa historia.
Alicia suele seguir su audiolibro en el metro. Es cuando tiene tiempo, entre un trayecto y otro, yendo y volviendo al trabajo, ahora que la han destinado tan lejos de su piso.
Berta y Luis prefieren quedar en la biblioteca pública, aunque, la verdad, al final leen muy poco (pero se miran mucho).
A Almudena le encanta sentarse por las tardes en su sillón preferido, y levantar de vez en cuando la vista de las páginas para contemplar el atardecer.
Sagrario, cada vez que tiene un nuevo libro, se dirige rápidamente a su mesa camilla, expectante, arrugando un poco la nariz hasta que se hace con los personajes.
Alberto se fija mucho en las portadas. Quiere ser diseñador gráfico, y le gusta ir a la librería de la esquina a elegirlos, uno a uno, observando qué aparece en la tapa y, si le atrae mucho el dibujo o la foto, lo compra para hojearlo con avidez al llegar a casa a ver si se corresponde con lo que se cuenta en él.
María Jesús siempre cruza las piernas en su sofá, y apoya el peso del tomo sobre su rodilla porque le gustan las historias de novecientas páginas en papel.
Borja por fin ha acabado de sacar el último volumen, de tantos como venían en sus maletas, y ya lo ha colocado junto a los demás en esa librería a medida, el doble de ancho que la anterior, esperando que la vida le vaya muy bien en casa de Julio.
Jonathan, sentado en un puf de su habitación, prefiere los comics: mucho dibujo, poco texto, todo diálogo, y saturación de onomatopeyas: ¡Blam!, ¡Crach!, ¡Boom!, ¡Flash! De vez en cuando, en clase, tiene uno debajo del libro de la asignatura. (Pero sólo de vez en cuando).
Álvaro devora ciencia en su ordenador. En cuanto tiene un rato libre, da una palmada para encender su lámpara de pie y se sienta en su rincón especial. Le encanta Lorenzo Silva y sus novelas policiacas de Bevilacqua y Chamorro.
Julia lee interminables historias de amor tumbada boca abajo sobre su edredón de flores, ensortijando en un dedo las guedejas y balanceando los pies. Sueña con ser escritora.
Carlos, desde que trabaja en Alemania, tiene algo más de tiempo y disfruta en su terraza cubierta viendo libros de fotografía. Todavía tiene una pared en la que enmarcar las suyas.
Mª Luisa se sienta cada tarde, después de comer, en su sillón, al lado de la ventana. Su temática preferida es la autoayuda. De vez en cuando pone las piernas sobre un reposapiés para mejorar la circulación.
Roberto siempre tiene un libro de ciencia ficción sobre la mesa de la cocina. Lo apoya, abierto, de pie, en la botella de agua, mientras devora un enorme bocadillo. Se limpia mil veces las manos antes de pasar página. En ocasiones, mientras mastica el último bocado, pierde el hilo, porque imagina que ve un ovni de verdad.
A Lola le encanta, en la magia de la noche, abrir páginas y páginas de novela histórica, de letras muy grandes que lee sin esfuerzo, apoyada su espalda sobre la almohada doblada.
Amelia se queda un rato más en su despacho empapándose de libros de economía en su pantalla que le ayudan a mejorar el funcionamiento de su empresa.
Lorena y Oscar, cada uno con un cuento en la mano, se meten en la tienda india que les trajeron los Reyes Magos, y empiezan a pasar páginas a ver si encuentran la letra m que les ha enseñado hoy su profesora. Cada vez que ven una nueva, dan un grito de gusto y chocan las palmas. Se ríen. Bueno, a veces también compiten y se enfadan? Normal, cuando se tiene exactamente la misma edad.
Él acaba de terminar las últimas sombras del retrato de ella. Lo deja sobre la mesa, satisfecho, y se dispone a seguir leyendo, plácidamente, su libro, en el sillón de mimbre de su porche.
23 de Abril, Día del Libro.