La memoria sigue siendo incómoda entre nosotros. Es una asignatura pendiente que nunca acabamos de aprobar. Porque no asumimos lo que somos ni lo que hemos sido. Porque un segmento no escaso de nuestra sociedad prefiere vivir en los olvidos cómodos. Y ahí nos las den todas, en esa amnesia confortable de quien se lía la manta a la cabeza y no quiere saber nada de nada.
En las 'Confesiones', de San Agustín de Hipona, encontramos una bellísima y honda reflexión sobre la memoria y todo lo que significa para el ser humano, para los seres humanos. Es una de las más tempranas reflexiones sobre su importancia. Es un escrito memorable, que recomendamos a quienes crean que la amnesia y el olvido no conducen a nada bueno.
El pasado 14 de abril, se cumplía el nonagésimo aniversario de la proclamación de la Segunda República. Un momento que despertó muchas ilusiones entre amplios sectores del país, sectores humildes, de gentes campesinas y obreras, pero también de intelectuales, de sectores de clases medias que abrazaban la modernidad en la que estaba toda Europa.
Pero rememorarlo sigue resultando incómodo. ¿Por qué? Con la Segunda República, culminaba ese período de auge de nuestra cultura, al que se le ha dado el nombre de 'la edad de plata', con el que aparece ?entre otras publicaciones? en la historia de España, dirigida por Ramón Menéndez Pidal.
La Segunda República supuso ?en medio de un tiempo histórico convulso, que desembocaría en la segunda guerra mundial? un hito en realizaciones culturales, artísticas y literarias, así como en proyectos de modernización de nuestro país, con el que culminaba ese nuevo período áureo de nuestra cultura.
Las misiones pedagógicas, el proyecto teatral lorquiano de La Barraca, la rehumanización literaria, la consolidación del 27, la aparición de voces tan nuevas como la de Miguel Hernández, la presencia de la mujer en la literatura y la cultura (lo que se ha dado en llamar "las sinsombrero"), la novela social? y tantas otras realizaciones en los terrenos artísticos, humanísticos, científicos, arquitectónicos, o cinematográficos, son otros tantos logros de esa modernización ilusionante en la que España se vio envuelta.
Entre nosotros, escritores como el vallisoletano Jorge Guillén, puntal del 27; o el palentino César M. Arconada, y el salmantino-asturiano José Díaz Fernández, entre otras voces, así como la también vallisoletana Rosa Chacel, son nombres ineludibles que se afianzan en aquella España republicana de tantos logros.
José Díaz Fernández, con la publicación de 'El nuevo romanticismo' (1930), lanzó una suerte de proclama ensayística y crítica sobre esa vuelta a una literatura rehumanizada, tras los excesos vanguardistas de los años veinte.
Arconada y Díaz Fernández, que habían militado en el vanguardismo (el poemario 'Urbe' del primero, o 'La Venus mecánica' del segundo, son ejemplos de ello), cultivan un nuevo tipo de novela social, marcada por la conciencia ante la realidad histórica que les tocara vivir. Títulos emblemáticos en ese sentido son 'La turbina', del autor palentino, y 'El blocao', de Díaz Fernández, sobre la guerra de Marruecos.
No podemos ahora desgranar tantos logros, de todo tipo, de esa culminación de la edad de plata en nuestra república; pero sí recordar ?pues es patrimonio de todos? esa efemérides como algo que nos pertenece y de lo que no hemos de avergonzarnos.
Porque todavía tenemos pendientes no pocos objetivos por conseguir, para ser una sociedad verdaderamente abierta y moderna.