OPINIóN
Actualizado 07/04/2021
Juan Antonio Mateos Pérez

La verdad nunca puede ser dogmática, nunca puede ser una posesión. Es una búsqueda. PABLO D'ORS Muchos buscan la luz y la verdad donde no está, buscan lejos, y al final llegan tan lejos de casa que ya no encuentran el camino de vuelta al interio

Este año no vemos la primavera desde la ventana en la trágica oscuridad de la habitación, florecida se nos presenta hermosa y asombrosamente cuajada de luz y de vida, como una nueva creación. La pandemia nos ha robado muchas cosas, pero este año podemos disfrutar de esta primavera que nos recuerda, a cielo abierto, aquello que a veces no reparamos, como la importancia de vivir, lo limitados que somos, la necesidad descubrirnos a nosotros mismos y lo que tenemos alrededor, porque las crisis dejan huella en la forma de vivir, en la forma de pensar.

Puede que después de la crisis, podamos desplegar la creación de una nueva humanidad, más allá de todo relativismo, expresionismo y hermenéutica, creando las bases de un nuevo paradigma que nos ayude a volver a la búsqueda de sentido, de la belleza y de la bondad junto a otros. Como nos recuerda Pablo D'ors, en un artículo reciente en El País, se está gestando una nueva espiritualidad, cuyos pilares son el ético y el místico que no son exclusivos de ninguna iglesia o confesión, sino de la humanidad global.

El antiguo paradigma se basaba en una moral inodora, en palabras de Lipovetsky, en un "todo vale" sin obligación ni sanción. El ser humano ha vivido para sí mismo, ha desplegado un fuerte narcisismo con miedo a relaciones poco profundas, un culto al consumismo y al hedonismo, donde han mandado lo efímero y lo frívolo. La "era del vacío" ha sido la trituradora de todo elemento ético, cultural, artístico o humano que pueda oscurecer la rentabilidad del dinero, que es un fin en sí mismo, generando una sociedad nihilista.

Después de la muerte de Dios y del hombre, el crimen perfecto es dar muerte a la realidad, nos recordaba Baudrillard. Está siendo una muerte lenta, ya que el mundo que se nos da ya no es real, es virtual. El objeto que se nos da ya no es el mundo sino la técnica. Con lo que la única utopía que se nos presenta es liberase del juego de espejos de la nada. El mundo existe, pero no tiene referencia, se ha producido una dispersión axiológica en lo político, en lo económico, en lo estético y en lo ético. Esa despersonalización del ser humano y de la sociedad, ha sido producto de la globalización del consumo desenfrenado y, sin ninguna finalidad.

Las consecuencias de todo ello, no solo se manifiestan en las desigualdades, paro, precariedad laboral, proletarización o pobreza, también en una forma de vivir que se ha caracterizado por la "pérdida de la amabilidad", el fin de la armonía, la belleza y la poesía. El antiguo paradigma nihilista y posmoderno, generó una nueva espiritualidad: el capitalismo globalizado, que llegó a ser todo en todas las cosas, celebrando sus liturgias en las nuevas catedrales de los grandes centros comerciales. Toda esta realidad umbría del capitalismo y de la globalización, generó su propia "teología legitimadora" de un nuevo orden mundial, donde ha primado esencialmente el consumo sobre el ser humano.

El antiguo paradigma de la modernidad y la posmodernidad han sido ajenas al misterio y a desplegar una espiritualidad liberalizadora. Nuestra cultura, más después de la pandemia, tiene nostalgia de lo divino. Cómo hablar de lo inefable, se preguntaba Derrida, el proponía una teología negativa para poder hablar del misterio, a través de imágenes, metáforas y símbolos, deconstruyendo la presencia de Dios y viviendo angustiosamente su ausencia. Es una teología del desierto, es un abajamiento y desasimiento, incluso de la presencia. En este aspecto es un seguidor del Maestro Eckhart, que recorrió el doble camino de la fe y la razón en una senda interior de disolución de uno mismo para llegar a ese gran Silencio. Comentaba el maestro que "mediante el conocimiento acojo a Dios dentro de mí; [y] mediante el amor me adentro en Dios".

Hoy más que nunca el hombre está necesitado de espiritualidad, no solo porque es parte integrante del ser humano, que siempre ha buscado la pregunta por el sentido y por Dios para poder desarrollar su ser y su identidad. El ser humano es un ser transcendente en tanto que se realiza, ya sea en el mundo de lo ético, de lo estético, lo inter-relacionar o lo contemplativo, en sus diferentes mundos de la vida según Habermas y Hursserl. Además, porque está surgiendo el paradigma de la consciencia, un paradigma espiritual que puede ser recogido en la palabra silencio (Pablo D'ors). El ser humano necesita buscar un sentido que solo encuentra en la apertura al misterio, en la hondura del silencio, necesario para su caminar a Ítaca, que es un regreso a las fuentes de la vida, a lo más bello y esencial de cuanto nos habita.

Para encontrar su esencia entre todos los seres del universo necesita la inteligencia espiritual y la técnica del silencio. Volver al silencio, esa es la clave. Que no es solamente eso que rodea a las palabras y subyace a las imágenes y a los acontecimientos. El silencio es una realidad autónoma con la que podemos relacionarnos y que anida y habita como fundamento de toda realidad. No es necesaria la palabra, el silencio es el lugar donde se manifiesta el ser, es el que nos entrega el origen y su opuesto, la acción, según María Zambrano. Sin amor y silencio no hay persona, el amor y el silencio son la persona.

No debemos olvidar que la inteligencia tiene una triple dimensión: emotiva, racional y espiritual. La inteligencia espiritual, afirma Vázquez Borau, sin anular la inteligencia racional y la inteligencia emocional, ilumina y orienta como un faro en la oscuridad, a toda la inteligencia en la búsqueda de sentido. Es la inteligencia espiritual la que desarrolla la capacidad del silencio, de la contemplación, capacitándonos para descubrir esa realidad que está más allá de la materia y de las emociones, lo trascendente. La iluminación de la fe no se alimenta con palabras ni con emociones, sino con el silencio hecho oración y contemplación, para discernir caminos de interioridad, de desprendimiento para el encuentro con el misterio. Solo en la hondura y profundidad del silencio tiene sentido la palabra Dios.

Las formas más perfectas de la espiritualidad siempre han comportado una dimensión ética, una vida activa y no solo contemplativa, un lado práctico que las convertía en una fuerza transformadora de la conciencia y las dotaba de verdadera significatividad social, como nos recordaba Martín Velasco. Sin la virtud, Dios es una palabra vacía. Cuando Teresa de Jesús alcanzaba la cumbre de su camino espiritual en la séptima morada del castillo interior, exhortaba a la acción en el mundo. Una acción que deberá ir cargada de fraternidad y solidaridad, que implique un encuentro con toda la humanidad, en base a una relación de libertad, justicia, dignidad y hospitalidad, buscando el bien común para ir gestando esa nueva humanidad anhelada.

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