Recientes acontecimientos personales me han dificultado una reflexión serena, creyente y moderada sobre la recientemente aprobada y aún no implantada Ley de Eutanasia. Unas cuantas cosas habrá que ir diciendo desde el punto de vista teológico, humanístico, social y político. De momento me voy a quedar "de tejas abajo" en una mera consideración económica.
Voy al título: la Covid-19 ha sido una "bendición" para la Seguridad Social pues, aunque ha aumentado el gasto sanitario, ha permitido replantear el Sistema de Salud y, sobre todo, ha ahorrado mucho dinero a las arcas de la Seguridad Social pues, los cien mil fallecidos por el Sars-Cov2 o durante la pandemia ocasionada por el Sars-Cov2 ? la o es inclusiva-, han dejado de percibir sus pensiones de jubilación o de invalidez. ¡Vale! Un poco menos de cien mil, que también han fallecido jóvenes. Ustedes ya me entienden. Es evidente que la proporción de fallecidos jubilados es muy alta. ¿Qué número exacto? La Seguridad Social lo sabe. Que lo haga público. O tal vez no lo sabe, pues aunque la Seguridad Social es autónoma del Gobierno, mucho me temo que las cifras, igual que el Gobierno no las reconoce en su totalidad porque no le da la gana reconocerlas, tampoco nos las va a dar la Seguridad Social.
La eutanasia: somos uno de los países de la Unión Europea que menos desarrollados tenemos los Cuidados Paliativos: apenas un cuarenta por ciento de los enfermos que los necesitan tienen acceso a ellos. Parece evidente que los Cuidados Paliativos son más caros que la inyección letal, o el sistema que se emplee, de la eutanasia. Cuando la Ley de la Eutanasia se ponga en marcha es previsible que, al igual que en el Benelux, por sus rendijas, que todas las leyes las tienen, comenzarán a aumentar los casos en plano inclinado hacia abajo, en pendiente resbaladiza al principio lenta, al final inconteniblemente acelerada, y eso supondrá también un ahorro económico en pensiones y en gastos sanitarios.
Los partidos que han votado esta Ley son mayoritariamente de izquierda, progresistas en general, progresistas liberales también, o ex liberales, que hay algún partido que no lo reconoce ni el padre que lo parió, porque fue sobre todo padre y no madre. También nacionalistas e independentistas, de derecha, de izquierda, progresistas y conservadores, si es que estas etiquetas sirven de algo tratándose de nacionalistas e independentistas. Si estos son progresistas, yo soy obispo de Calahorra (a ver, puedo llegar a serlo, digo, obispo de Calahorra, pero lo dificulto ?"lo dificulto" es un zamoranismo de mi pueblo-; también estos partidos pueden llegar a ser progresistas, también lo dificulto) ¡Todo por la patria! (nótese la minúscula de la palabra patria: no me refiero a las Fuerzas Armadas ni a la Guardia Civil, ni a la gran novela de Fernando Aramburu, que conste en acta). ¡Todo por la pasta! Todo por las leyes y por los billetes (cf. canción de La Polla Records).