"A mi padre, que me enseñó a creer en las palabras. Todo lo que aprendí con él hoy tiene alas."
Un obelisco tumbado por el viento.
Una torre como la cáscara de un huevo
frente al golpe del hierro feroz de unos alones.
Un pájaro en descenso ahora de sangre
por la espuela del pico despiadado de un halcón.
Mi padre.
Todo Cicerón, y César, y Séneca, y Sócrates,
que no sabía nada -yo ahora tampoco-,
a los que él amaba tanto, también en vuelo
de caída con la firmeza de su peso
y de su hechura.
Transformados en babas y temblores
que obligan a pensar aquella dignidad
de la que hablaban.
¿Qué es lo que todavía continúas aguardando??
Ya no hay grandeza,
sólo necesidad y una plegaria balbuciente
ayúdame que nos señala la puerta hacia la lumbre.
Mi padre, que fue farallón y torre
y faro y altozano y castro tierno.
Hay que mirar siempre de frente a la tristeza
nos decías. Pero a ti la honda arcada
de la espalda y el quebrantado mimbre
de las piernas hoy no te dejan.
Escribo sonámbula tu nombre en este muro
y blanco en alto lo pronuncio: Papá,
y me repito -o acaso me convenzo-,
con un nudo de esparto en la saliva,
que es posible volver a vivir tras la desdicha.
De "El canto bajo el hielo" (Ediciones Carena, 2021