Lleva muy nervioso toda la semana. No hace nada más que pensar y dar vueltas.
Repasa todas las anécdotas que le han contado una y mil veces y, de cuando en cuando, mira por la ventana con aire pensativo.
Se preocupa porque no se le ocurre nada. Nada de nada.
Esta tarde decide por fin preguntar:
-Abuelo, ¿puedo subir al desván?
El abuelo alza la mirada por encima de la montura de sus gafas para enfocarle mejor, y con el destornillador en la mano señala hacia el sillón de orejas diciendo en voz baja:
-La jefa del desván es la abuela, ya sabes -y pone gesto de resignación.
Entonces se dirige hacia la abuela lo más rápido que puede:
-Abuela, abuelita, ¿me dejas subir al desván? Por fa, por fa, abu?
La abuela levanta la vista de aquella novela tan apasionante y le mira con sus ojos agrandados por esos cristales que le permiten ver de cerca. Respira hondo y responde:
-Bueeeeno, pero yo subo contigo, que luego me lo dejas todo patas arriba.
Con calma sitúa el marcapáginas y deja las gafas y el libro sobre el asiento mientras el nieto la llena de besos y achuchones.
-Anda, anda, zalamero, que eres un zalamero?
Pero ella se deja abrazar y apretar, loca de contento. Así es como, con una sonrisa de oreja a oreja, suben aquellas escaleras y abren esa puerta que siempre suena aunque la engrasen de vez en cuando.
Allí siempre aparece un mundo en el que cada objeto produce mil fantasías, cada rincón evoca cientos de historias que a él le encanta escuchar.
-¿Puedo ver la caja de los juguetes de papá?
-Espera, ahora te la bajo.
Sus ojos no pueden estar más abiertos al retirar aquella tapa.
-¿Es verdad que papá quería ser fotógrafo desde pequeño?
-¡Ya lo creo! Cuando le compramos esta cámara aquel verano, en un puesto de la playa, la llevaba todo el día colgada del cuello ¡y hacía fotos a todo lo que se le ponía por delante!
Se echan a reír. Él ya está abriendo la cinta con ambas manos para hacer hueco y que entre su cabeza, y una vez colocada dice a la abuela: -¡Ponte ahí!
Ella, de pronto, viste una sonrisa extremadamente exagerada mientras gira un poco el cuello y coloca sus brazos en jarras diciendo: -¡Ya!
Él mira por el visor cambiando de postura de forma superlativa buscando la mejor toma del mundo, aprieta el disparador, y sale por el objetivo la cara de gato con la lengua fuera. Se empiezan a reír y a saltar hasta chocar las palmas: -¡Vaya fotaza que te ha salido! ¡Esa es de exposición! Ja, ja, ja, ja.
Cuando bajan al salón, va corriendo al cajón de los folios y las pinturas; le puede la impaciencia.
El abuelo le observa, de nuevo, por encima de sus gafas. Piensa que con el gesto concentrado y la lengua hacia un lado mientras dibuja cada vez se parece más a su padre. Y sigue leyendo el periódico consciente, a la vez, de lo pronto que pasa el tiempo.
-Abuela, ¿qué año le comprasteis la cámara a papá en aquella playa?
Y, muy satisfecho, escribe la fecha y el nombre de aquel sitio que le dice la abuela.
Coge un sobre grande, mete aquel folio, y pone con enormes letras mayúsculas:
PARA
PAPÁ
Esta noche, ya en su casa, tarda en dormirse. Acaba conciliando el sueño mientras imagina la cara de sorpresa de su padre cuando vea el sobre a la mañana siguiente, y su expresión cuando lo abra y saque su dibujo de aquella cámara de fotos a la que ha añadido un mensaje que dice: ¡¡Felicidades papá!! ¡¡Te quiero mucho!!
Dedicado a todos los padres del mundo que esperan ilusionados los regalos de sus hijos.