El castigado ciudadano español lleva una larga temporada que no gana para sustos. Si eres persona inquieta y te preocupas de la marcha de nuestra querida España, basta que comiences el día queriendo informarte de la situación para recibir, un día sí y otro también, la correspondiente ración de sobresalto. Unas veces serán las cifras de parados, contagiados y fallecidos por el coronavirus; otras, el constante goteo de negocios de toda entidad que deben echar el cierre por no poder aguantar tantas y tan prolongadas pérdidas. De alguna manera, todos comenzamos la jornada con alguna angustia que la ensombrece. Cuando los índices parecen descansar, llega la realidad de una campaña de vacunación que vuelve a colocarnos a la cola de las naciones que han organizado la suya. Salvo contratiempos sobrevenidos como consecuencia de catástrofes naturales, la mayoría de nuestras desgracias hay que cargarlas en la irresponsabilidad de alguien. La negligencia, la imprudencia y la falta de responsabilidad pueden acarrear un deterioro, más o menos grave, del bienestar de toda la población. Resulta vergonzoso comprobar cómo se anuncia en algún medio de comunicación de prestigio internacional, con toda clase de detalles, que España es el paraíso para los jóvenes que deseen venir a pasárselo bien, porque no encontrarán ningún impedimento. A juzgar por las imágenes que vemos a diario, hay que reconocer que no exagera. Si la policía cumple con su obligación y los excesos no acaban, tiene que haber un responsable.
Por razones que escapan a la lógica, España tiene la desgracia de haber alumbrado últimamente una generación de políticos que, salvo contadísimas excepciones, son los primeros responsables de muchas de las calamidades que nos acompañan con tanta insistencia. Tal vez, nuestro deficiente sistema educativo haya sido el culpable de que estos políticos acabaran sus estudios con un soberano suspenso en la asignatura de gramática. Por desconocimiento, han equivocado el adecuado empleo de las preposiciones. Y, así, piensan que acceden a los cargos, no a vivir para la política, sino a vivir de la política. Creen que, más que una profesión, es un negocio. De otra forma, no se puede explicar tanta podredumbre.
El bochornoso episodio que propició el "bombazo" en la Comunidad de Murcia ha sido el detonante que ha supuesto una especie de apertura de la veda para dejar sin valor la intención que nos mueve a todos a la hora de votar a un determinado partido. Buscando lo que no se pudo lograr en las urnas, es lógico y legal que los partidos exploren alianzas con fuerzas que sustenten programas y concepciones análogas. También recoge nuestra Constitución la figura de la moción de censura para que, con los mismos postulados, se constituyan nuevas mayorías que puedan sustituir al gobierno supuestamente ineficaz. Cuando se pretende alcanzar el poder con una alianza "contra natura", esa especie de matrimonio morganático está traicionando a los votantes de las dos partes. Eso es, sencillamente, una forma más de envilecer la democracia.
Todo apunta a que, en Murcia, una serie de irregularidades y corrupciones, más o menos importantes, estaban ocasionando un deterioro en la sintonía que debía adornar la alianza entre PP y Cs. Cuando esa sintonía se resquebraja, la prioridad de toda moción de censura debe buscar una solución que se traduzca en mejoría para la Comunidad. Si Cs ha denigrado siempre la labor de Sánchez al frente del gobierno, no se comprende muy bien que quiera aliarse con su política para gobernar en Murcia. Menos aún se explica que la razón aducida sea haber permitido la alteración interesada en la vacunación de unos cientos de personas, pero, a la vez, no tener inconveniente para aliarse con un partido condenado por la apropiación indebida de centenas de millones de los euros reservados para las necesidades de empresas y parados. Será difícil que lleguemos a saber de quién partió la iniciativa de esa moción de censura.
En nuestros parlamentos y asambleas se miente con tanto descaro que resulta difícil creer las declaraciones de nuestros políticos, por muy solemnes que sean. No cabe duda que el volcán que explosionó en Murcia fue el resultado de una operación que también comprendía otros escenarios. Unos y otros lo pueden negar, pero la inmediatez de sus reacciones y la pelea callejera por adjudicarse la anterioridad aclara mucho las cosas.
En política, los giros copernicanos suelen ser nefastos. Cs nació como ariete para contrarrestar el avance del independentismo catalán. Cuando fue fiel a sus postulados, consiguió arrastrar los suficientes votos para convertirse en la opción más votada en Cataluña y la tercera de España. El funambulismo posterior, primero con Rivera y ahora con Arrimadas, ha dejado al descubierto su facilidad para cambiar de chaqueta. Este tipo de conducta, puesta de manifiesto con la última pirueta, puede significar su práctica desaparición de la escena política. Hay algo que ha quedado muy claro. Los últimos descalabros electorales han minado la cohesión interna del partido naranja. Ante un negro porvenir, algunos dirigentes han comenzado a tantear nuevos horizontes con actitudes que no han pasado desapercibidas por sus actuales socios de gobierno. De hecho, son conocidas las desavenencias de dirigentes de Cs -que ostentan cargos importantes- con los dirigentes del PP. Otras veces, las impaciencias se han traducido en descontento entre miembros del propio partido, al ver que ya se repartían sillones sin contar con ellos.
El resultado final, la traca que ha dinamitado a CS ha sido el transfuguismo de tres parlamentarios en Murcia que, renegando del compromiso suscrito con su partido, han malogrado la moción de censura festejada de antemano. En todos los sitios cuecen habas. El partido que presumía de no tener corrupción ha quedado como Cagancho en Almagro. Para rematar la faena, después de acusar a sus compañeros de venderse por una nómina y un coche oficial, ahora pretende hacer lo mismo con parlamentarios de otros partidos. ¿En qué quedamos?
Después de comprobar el buen resultado de la moción presentada a Rajoy, no es tan descabellado pensar que detrás de este movimiento digno de "juego de tronos" estén los fontaneros de la Moncloa. Véase la rapidez demostrada para presentar la suya en Madrid. Conociendo los antecedentes y después de verr los continuos desplantes de Aguado ¿alguien se extraña de la medida tomada por Ayuso? Si no existió una preparación previa entre PSOE y Cs, y no se tuvo inconveniente en celebrar los comicios catalanes en peores circunstancias que las actuales ¿por qué tanto miedo a que los ciudadanos madrileños expresen su opinión?
Ante situación tan difícil como la actual, ya va siendo hora de que TODOS nuestros políticos se preocupen más de la nación que de ellos mismos. Ahora mismo, la gran mayoría no son merecedores de la nómina que reciben. Se les nota demasiado su falta de compromiso y su exceso de desvergüenza.