OPINIóN
Actualizado 06/03/2021
Ángel González Quesada

"El equilibrio, / la armonía, la gracia / no están. Ay, sombra, sombra..." JOSÉ HIERRO, 'Alucinación en Salamanca'

Con una pasividad y un desinterés más que inquietantes, tal vez al calor de los nuevos miedos, tergiversando el lenguaje, emboscándose en lo que no es y, sobre todo, cómplice del desinterés político y mediático (y cultural) que atentos solo a sus ombligos parecen buscar la ceguera, el fascismo, en todas sus formas y con los variados rostros de que su inautenticidad se sirve, vestido de banderolas, devoto de cánticos y besamanos, proclive a los desfiles y fabricante de miedos, está experimentando en el mundo, y muy crudamente en una España que nunca superó la cutrería mental del franquismo, un crecimiento social (su caldo de cultivo tradicional) que ya está generando consecuencias liberticidas en la cotidianidad, en las relaciones humanas, en la comunicación y hasta en la fraternidad y que, más temprano que tarde, nos enfrentará a sangre y fuego (ya lo hace a desprecios y desdenes) con la miseria de nuestra propia indiferencia.

El fascismo y sus formas. Emboscado en manifestaciones por la libertad de expresión o etiquetado con un marchamo de falsa anarquía; disfrazado en mensajes de influencers, youtubers y otros colonizadores del tiempo perdido; eructado en aulas, propuesto en exámenes, calificado en méritos; conversación privada en los planes golpistas de los generales; razonado por alcaldes como protección, por concejales como cultura familiar, por consejeros como apoyo a lo nuestro o por responsables políticos como matemática parlamentaria, con el descaro y la soberbia propios del desprecio, el fascismo, mucho más que una opción política una forma de disolver el pensamiento, se carcajea cada día. Con mil nombres falsos en currículos, vestido de paternalismo en programas educativos, emboscado en proyectos de futuro o propuestas políticas; utilizado con descaro por la publicidad que siembra el individualismo egoísta, el fascismo, mucho más que un desfile, mucho más que un eructo, y todo lo que significa, conlleva y amenaza, campa cada día por sus respetos en una sociedad hoy debilitada, deprimida y desesperanzada, babeando por la fiesta y el griterío, territorio ideal para su siembra de intolerancia, odio, xenofobia, clasismo e imposición.

En las comunidades más pequeñas, desatendidas informativa y políticamente por los grandes titulares y colonizadas por la mentalidad de casino de hace cien años, es donde se fragua y germina el huevo de la serpiente del fascismo. Hace unos días, un bar de mi barrio fue salvajemente atacado por una banda de fascistas locales que pretendían un "escarmiento" por reunirse allí jóvenes de ideología supuestamente progresista. Silencio informativo, complicidad vecinal, gestos comprensivos: el huevo de la serpiente. En las declaraciones públicas de muchos responsables de la provincia y la ciudad (sigo hablando de la pequeña ciudad de provincias), se transparenta y entrevé, cada vez más explícita y claramente, un ánimo dictatorial y liberticida, herencia directa del franquismo, que apenas oculta ya un lenguaje que utiliza la democracia como ligero velo que ya ni cubre la mala índole. En la prensa provincial, además de un lenguaje de redacción de una tendenciosidad radical y una reaccionaria línea editorial, aumenta el número de artículos de opinión auténticos llamamientos al golpismo, verdaderos rosarios de propuestas criminales claramente delictivas en cualquier estado democrático. El huevo de la serpiente.

Creer que al fascismo se le combate solo criticándolo es de una ingenuidad parecida a pensar que el deshonor de un rey no nos afecta. La desatención, la indiferencia social y el apoyo institucional al fascismo y la consecuente putrefacción social, está asentando mayorías sociales intolerantes, mentalidades populares egoístas y razonamientos generales excluyentes. La responsabilidad es compartida, y gran parte la tiene una llamada "intelectualidad", ciertas élites no solo económicas sino académicas, artísticas o empresariales, despegadas de la realidad de su propio país salvo en sus centrípetos espejos, hundidas en un clasismo charlatán más estúpido que figurón e intoxicadas por la moqueta besamanos, la lucha por la apariencia, el tocomocho clase media que les vende el poderoso y el bozal de la palmada en la espalda. Tal vez hoy no sea tarde para luchar contra el fascismo. Mañana no habrá tiempo.

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