OPINIóN
Actualizado 05/03/2021
Mercedes Sánchez

El boomerang es un objeto bellísimo. Debo aclarar que utilizo la palabra en inglés, sin que sirva de precedente y, seguramente, en caso de que se lo pidiera, sin permiso de la Real Academia Española, a la que respeto y obedezco salvo en muy contada excepción, todo sea dicho. Espero, sinceramente, que no se enfaden conmigo, pero es debido, únicamente, a que no me llevo muy bien con esos términos que se han traído a nuestro idioma tan solo forzando o manteniendo su sonido inicial sin más, como por ejemplo parquin, que procede del original parking, cuando ya teníamos la palabra aparcamiento. Sí, ya sé que en esta ocasión dan como buenos búmeran (en plural los búmeran, dicen) o bumerán, (de ser muchos, aseguran que serían los bumeranes), a elegir. Me gustaría, sin afán de polemizar y como auténtica desconocedora de la Lengua salvo a nivel de usuaria, convenir con mis lectores, y sólo para este artículo, el uso de la palabra original por encontrarla bastante más poética.

Pues bien. Parte del encanto de estos objetos proviene de su antigüedad. Se dice que se han encontrado restos de ellos en muchos países de todo el mundo, incluso de épocas faraónicas en Egipto. La sabiduría y la maña de la humanidad fueron perfeccionando su diseño, tan aerodinámico, hasta convertirlos en un arma perfecta para la caza y la supervivencia en tiempos remotos; también como ayuda para defenderse de los enemigos.

Inicialmente se elaboraban con madera, y solían decorarse con distintos motivos étnicos (dibujos de plantas, de animales, etc.). Aunque se han empleado diferentes materiales a lo largo del tiempo, actualmente también se usan otros más modernos como la fibra de carbono, supongo que por su ligereza. Además, pueden tener diversas formas, por ejemplo de X, de hélice? Actualmente se utilizan para exhibiciones deportivas, estableciéndose distintas modalidades y categorías según la distancia hasta la que se desplazan.

Tener un boomerang original en la mano es un placer. Pensar que viene de Australia le añade un valor sentimental. Tocar esa parte de la naturaleza que es la madera local con la que está realizado, su diseño en V, y repasar sus contornos con cierta inclinación en sus extremos, es una grata vivencia.

Cada ala de esa V aparenta ser igual, pero no hay nada más lejano de la realidad. Sus ángulos, en los que está rebajada la madera, son asimétricos en su parte inferior para realizar justo un determinado movimiento a la hora de desplazarse. Algunos bumeranes (para que nadie se enfade lo escribo, como siempre, del brazo de la RAE) sólo se arrojan. Otros están especialmente diseñados para, además, regresar al lugar de origen.

Lanzar un bumerán no es tarea fácil. Además de que puede resultar peligroso, tiene una técnica especial. Requiere avezada habilidad y gran maestría. Pero verlo volar planeando, como un pájaro, o girando a veces sobre sí mismo y describiendo un recorrido circular, es altamente emocionante. Y muy especialmente cuando vuelve a quien lo envió.

Escribir tiene parte de esa magia. Dosis de algo ancestral como es la comunicación con nuestros semejantes, que se genera a su vez desde que nacemos y que se va puliendo a lo largo de nuestras vidas. Escribir en papel tiene el encanto de sentir deslizarse el útil de escritura movido por la emoción de nuestro ser.

Escribir y publicar y que otras personas lean lo que sentimos es una experiencia bastante cautivadora. Especialmente cuando, como suele pasar con un boomerang, aquello que hicimos palabras vuelve enriquecido por las apreciaciones, vivencias, recuerdos, experiencias, anécdotas, emociones que otras personas sienten al leerlas. Una sensación que tiene mucho de encuentro.

Y así llevamos 150 artículos, que celebro, tan agradecida, con cada una de las personas que leéis lo que escribo y hacéis que vuelen hasta mí vuestros preciados comentarios, llenándome de cariño y ánimo para seguir.

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