Barcelona, grandiosa en todas sus manifestaciones tanto artísticas y literarias como industriales y mercantiles, no podía dejar de serlo en lo que al espectáculo taurino se refiere
Barcelona, verdadero emporio de España, perla del Mediterráneo como la titulan sus cronistas, grandiosa en todas sus manifestaciones tanto artísticas y literarias como industriales y mercantiles, no podía dejar de serlo en lo que al espectáculo taurino se refiere, siendo de ello pruebas patentes la esbelta Plaza que con el nombre de «Arenas de Barcelona» existe; -transformada en su interior pero manteniendo su arquitectura-una joya que, heredan del paso de la misma por la tauromaquia; la prensa taurina compuesta de inteligentes críticos cuyas atinadas e imparciales reseñas fueron el fiel reflejo de aquellas fiestas, la afición del público que acudía a las corridas demostrando siempre sensatez, y cultura. Para mí,- humilde comentarista- no podían pasar desapercibidas tan elocuentes manifestaciones; del pueblo catalán por el mundo de los toros, y queriendo contribuir con mi grano de arena, que encierra a si mismo, una profunda admiración y verdadero entusiasmo por Barcelona, en cuyos habitantes reconozco dotes de inteligencia y actividad no comunes a todos los pueblos. Como ciertos trabajos no se improvisan, mucho más si con la estadística se relacionan, para formarlo, he consultado las revistas publicadas, completando los datos con informaciones particulares acerca del desarrollo que la fiesta llamada Nacional ha tenido en Barcelona.
En la contienda literaria habida entre los apologistas y los detractores de las corridas de toros, se han mantenido los últimos, apoyados por unas docenas de políticos manipuladores de todo aquello que tenga raíces españolas, y que no pueden evitar; una falsa argumentación íntimamente relacionada con la Ciudad Condal. Presentando con verdadera magnitud la barbarie del espectáculo, han expuesto, que el pueblo catalán alejado en absoluto y refractario de las costumbres de España, dando una prueba de cultura y adelanto, había sido siempre opuesto a la celebración de corridas en su demarcación. Tan peregrino argumento está rebatido con la enumeración de hechos históricos: en primer término, el pueblo catalán nunca fue dado a esa separación del resto de España que por muchos se imagina y su cortesía y afabilidad las enumera ya el inmortal Cervantes cuando al tratar de aquél, dice «que es archivo de cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres y correspondencia grata de firmes amistades», y por si tan elocuente testimonio no bastara, lo es muy significativo el trato especial del catalán con el forastero que a Barcelona acude? ¡Que las corridas de toros han tenido siempre en Cataluña la favorable acogida que en el resto de España, lo demuestran multitud de hechos de los que sólo he de mencionar los más importantes!... El Conde de las Navas, en su interesante obra. El espectáculo más Nacional, queriendo rebatir a un apasionado detractor de las corridas de toros el señor Vargas y Ponce, cita el dato de haber reprendido el ¡monarca visigodo Sisebuto al obispo de Barcelona, Eusebio, por su desmedida afición a las lides taurinas, dato que inserta en su España Sagrada, tomo VII, pág. 326, el Padre Flores, y que está confirmado por el erudito académico señor Hinojosa. Caballerías catalán Tirant lo Blanch, compuesto en el siglo XV, se mencionan corridas de toros, y, a la posteridad ha pasado el famoso corre bou el día de San Juan. En 1554, se celebran corridas de toros en Barcelona organizadas por el Virrey don Perafan de Ribera: en 1601 y 1629, tienen lugar dos corridas Reales; en 1733, se dan corridas en Reus con toros traídos de Egea en celebración de haber extendido ¡Clemente XII el rezo de San Bernardo a la diócesis de Tarragona; y por último, en 1754, el Marqués de la Mina organiza también dos corridas de toros con motivo de la dedicación del templo de la Barceloneta.