OPINIóN
Actualizado 28/02/2021
Carlos Javier Salgado Fuentes

Esta semana la no-declaración institucional de las Cortes en pro de la continuidad de la Diócesis de Ciudad Rodrigo, bloqueada por los partidos Por Ávila y Vox, ha hecho inevitable tener una especie de déjà-vu con respecto a la batalla de la Valmuza, cuando precisamente las tropas concejiles de Ávila guerrearon contra el rey de León para evitar que éste crease la Diócesis de Ciudad Rodrigo.

Y es que, si el obispado civitatense se halla actualmente con su futuro más en el aire que nunca, su creación no fue precisamente un camino de rosas, pues al promotor de erigir esta diócesis, el rey Fernando II de León, le tocó literalmente pelear su creación. Así, cabe recordar que la ciudad de Salamanca se levantó contra el rey para impedir que éste crease un obispado en Ciudad Rodrigo, así como para evitar que dicho monarca crease sendos concejos en Ledesma y Ciudad Rodrigo, que pasarían a encargarse de la defensa de la frontera con Portugal.

En este aspecto, la rebelión de la ciudad de Salamanca se debía a que la dotación de territorio y entidad a Ledesma y Ciudad Rodrigo se hacía precisamente a costa de que el concejo de Salamanca perdiese territorio en favor de los nuevos concejos bletisense y civitatense, así como que la diócesis de Salamanca hiciese lo propio respecto al obispado de nuevo cuño de Ciudad Rodrigo.

De esta manera, las huestes concejiles salmantinas plantearon batalla al rey en los campos de la Valmuza, y a la rebelión de Salamanca para evitar que Ciudad Rodrigo se convirtiese en diócesis se sumaron para añadir más leña al fuego las milicias de Ávila, que contaban con el beneplácito de su rey, Alfonso VIII de Castilla, que se hallaba en guerra declarada con el Reino de León y esta circunstancia le venía como anillo al dedo para intentar debilitar a Fernando II de León.

No obstante, el ejército del rey leonés, ayudado por las milicias concejiles de Zamora y gentes de Ciudad Rodrigo y Ledesma, logró imponerse en la batalla de la Valmuza, lo que le permitió vencer las resistencias a la creación de la sede episcopal de Ciudad Rodrigo y reforzar a esta localidad y a Ledesma como cabezas de sendos concejos con una amplia extensión territorial, pudiendo defender con más garantías la frontera leonesa con el joven reino de Portugal.

De este modo, Fernando II se apresuró a dotar de fueros propios a Ledesma y Ciudad Rodrigo, amurallando ambas localidades, y comenzando asimismo las obras del castillo de Ledesma y de la catedral de Ciudad Rodrigo, que pasaba a ser el principal baluarte defensivo del Reino de León frente a Portugal, y uno de los centros militares claves para la defensa y posterior expansión del reino leonés hacia el sur a costa de los musulmanes.

Por otro lado, la creación del concejo de Ledesma (enclave que era un cruce de caminos entre las calzadas de Zamora a Ciudad Rodrigo y de Salamanca a Fermoselle) implicaba que las comarcas de la Ramajería, la Ribera y la Tierra de Vitigudino pasasen a formar parte de este concejo, mientras que el Abadengo fue donado por Fernando II a la Orden del Temple, integrándose en la diócesis civitatense tras la disolución de dicha Orden en 1311.

Sin embargo, la villa de Ledesma no mantuvo un control permanente y total sobre las comarcas mencionadas durante el reinado fernandino, pues este monarca cedió Vitigudino al obispo de Salamanca como señorío, así como Guadramiro y Monleras al de Zamora (para compensar el agravio de que los soldados reales irrumpiesen en la catedral zamorana persiguiendo a un malhechor, hecho que estaba prohibido al ser la seo territorio de jurisdicción eclesiástica). Asimismo, la donación como señorío de la villa de Yecla a la archidiócesis de Santiago por parte de Fernando II, implicó la revuelta de los ledesminos, que decidieron prender fuego a la vieja Yecla, aún encaramada al castro, antes que perder su posesión, lo que tuvo como consecuencia que el rey leonés acabase trazando desde cero una nueva Yecla, ya fuera del castro, que es la Yecla de Yeltes que conocemos hoy en día.

Por su parte, volviendo a Ciudad Rodrigo, dado que esta localidad se convirtió en base militar para el ataque a los musulmanes, a los que Fernando II llegó a arrebatar Cáceres, Trujillo o Alcántara, estos arremetieron con dureza contra el rey de León, recuperando dichas localidades y poniendo sitio a Ciudad Rodrigo, a cuyo auxilio llegó Fernando II con su ejército real, planteando batalla a los musulmanes y logrando levantar este sitio, que no sería el último en la historia mirobrigense, ya que en el siglo XIX sufrió uno de los asedios más duros de la Guerra de la Independencia, siendo aún visibles las heridas que dejaron los bombardeos franceses en la torre de la Catedral.

No obstante, ocho siglos y medio después de la batalla de la Valmuza, y a tenor de la posición tomada por el representante de Por Ávila en las Cortes, parece que una parte de los abulenses aún no haya digerido su derrota en dicha batalla y, con ello, el derecho ganado por Ciudad Rodrigo en los campos de la Valmuza a ser una Diócesis, como lo lleva siendo desde el siglo XII, y como deberá seguir siendo si verdaderamente hay un compromiso con la España Vaciada que debería empezar por no arrebatarle el poco entramado administrativo que posee, ya sea civil o eclesiástico.

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