LA LEYENDA DE LAS CRÓNICAS INÉDITAS
Cuenta una piadosa leyenda, que alguna vez se deja escuchar, aunque en voz muy baja, por las menguadas redacciones de la prensa local salmantina, que hubo un tiempo en que muchas notas tomadas en una libreta a pie de calle y luego volcadas con rapidez y esmero a la máquina de escribir nunca llegaron al linotipo ni al offset. Se firmaron las crónicas pero no se publicaron. Se entregaron a tiempo pero no arribaron jamás a las rotativas. Se cubrieron los acontecimientos según estaban sucediendo pero alguien con mando y última palabra decidió que habían dejado de ser noticia, que no merecían hueco en las apretadas secciones de sus cabeceras y que no debían ofrecerse en los mostradores de los quioscos.
Realistas, sí, pero de ninguna manera resignados, Paco Benito y Abraham Cañas siguieron a lo suyo. Les parecía que su sitio estaba allí, en las cada vez más despobladas aceras, y en las puertas, año tras año menos concurridas, de los templos de salida. A veces pedían vacaciones en los días de la Semana Santa, o se las ingeniaban para adelantar la faena y esquivar la azarosa e imprevisible hora de cerrar el periódico. Porque al caer la tarde, y sobre todo en las íntimas horas de la noche, los pies les conducían de manera natural hacia la noticia siempre repetida y siempre nueva de las procesiones. Procuraban contarlas tal y como su corazón les dictaba, sin olvidar ese detalle diferente que el lector espera y sin renunciar al dato escueto pero tranquilizador de que, ese año también, se había dado cumplimiento a una tradición de cinco siglos.
En El Anticipo dejó de haber espacio para la entrevista al pregonero de la Semana Santa, hasta que entre 1979 y 1983 ni pregón hubo ya, mientras que La Mancheta Provincial fue arrinconando los desfiles en alguna columna suelta de página par, cada primavera más achatada y sin fotografía. Cuentan que si la lluvia había terminado por impedir que se abrieran los portones de la iglesia, tanto daba: se plantaba la misma reseña de siempre.
Por eso nunca nadie pudo leer estas frases de Paco Benito escritas en la noche del 24 de marzo de 1975: A las ocho y media de la tarde, envueltas en cierta esperanza, aguardábamos justamente cincuenta personas ante la sobrecogedora portada de San Esteban. Debían ser menos dentro porque la hermandad del Cristo de la Promesa, tal y como había acordado si no alcanzaba ese quórum, no salió a la calle. Se queda huérfano el Lunes Santo salmantino. ¿Hasta cuándo? Tampoco las de Abraham Cañas, prendidas en el mismo dolor y sumergidas en similares interrogantes, del 22 de marzo de 1967: La parroquia de San Sebastián y los cofrades de Jesús Flagelado han dado un cierto respiro a la hermandad de excombatientes en este Miércoles Santo, pero privada de sus imágenes titulares, retenidas en la quietud de San Juan de Sahagún, no reina el optimismo sobre su porvenir más inmediato.
Otro tono se adivinaba en unas inéditas reflexiones del 8 de abril de 1971, escritas por el entusiasta periodista de El Anticipo ya en la madrugada del 9: Amor y Paz. ¡Qué acertado título para lo presenciado esta noche blanca y lluviosa de Jueves Santo! Lo estábamos necesitando desde hace años y aún no sabemos si será flor de un día o si los que aún nos sentimos jóvenes, aunque menos que los valientes que han portado ese Cristo arrabaleño, podremos disfrutar, quién sabe, del cincuentenario de esta nueva hermandad. Tampoco llegaron a ponerse negro sobre blanco en La Mancheta Provincial otras escritas el mismo día en que las agencias reventaban la calma vacacional de las redacciones con la legalización del PCE. Era 9 de abril de 1977: Ha tenido que ser en un Sábado Santo con aires de Martes cuando la universitaria Salamanca ha visto resucitar a su hermandad de los estudiantes, largamente añorada. Unos ojos verdes enmarcados por el negro capillo y unas manos femeninas de dedos musicales abrazando la cruz penitencial se me antojan la mejor fotografía de esta jornada para la esperanza.
Paco Benito y Abraham Cañas, pasando el tiempo, por fin vieron cumplidos sus anhelos y publicadas de nuevo sus crónicas. Nunca vivieron como frustración aquella irrelevancia de sus noticias predilectas, sino como una travesía que tocó recorrer. Siempre hay una nueva a la vuelta de la esquina. Por eso, avanzado ya el siglo XXI, en una tarde de verano, cuando los planes cofradieros gozan de mayor sigilo, aprovechando su apariencia de venerables ancianos y sus contactos bien conservados más allá de los muros catedralicios, acordaron juntar para siempre sus crónicas inéditas, sus relatos entregados de procesiones suspendidas, cofradías desahuciadas e imágenes perdidas, y las ocultaron con sumo cuidado bajo el sitial de Marcos, el Evangelista, aquel joven de la sábana que quizá huyó al principio, sintió ese impulso, pero luego supo contar la Pasión de Cristo con buena pluma y mejor letra. Así, según afirma la leyenda, cada Domingo de Ramos, cuando Salamanca alaba con palmas y laureles la entrada triunfal del Amigo de los Niños, muy cerca de Jesús, escondida como la semilla que germinó discretamente, va la buena noticia de los que nunca se cansaron de escribirla.
A LOS CRONISTAS DE LA PASIÓN
No te canses de escribir
la noticia de su paso,
el reportaje que hiciste
pero no te publicaron,
porque tienes vocación
de dar la fe de sus actos
como si fueras cronista
del Evangelio de Ramos.
No te canses de contar
ciñéndote a justos párrafos
la fe que habita en las colas
el primer viernes de marzo
para besarle al mirar
por la puerta de San Pablo
y descubrir a Jesús
en los pies del Rescatado.
No te canses de buscar
la luz y el perfil exactos,
lograr la soñada estampa
desde el mejor de los ángulos,
encuadrar La Dolorosa
en la calle de sus llantos
y clavar el objetivo
en su pecho atravesado.
No te canses, que hace falta
leerte a ti en tus relatos
y descubrir cómo cuentas
noticias del tiempo santo
en que el templo se desborda
y se asoma hasta los atrios
para que llegue el altar
a los que no se acercaron.
No te canses, que es anuncio
todo aquello que has captado
porque aflora la verdad
en la piel de tus retratos,
acariciaste la cámara
fielmente año tras año
y en el álbum de tus fotos
se fue la Pasión grabando.
No te canses, periodista,
fotógrafo, yo te guardo
sitio conmigo en la acera
donde juntos esperamos.
En la imagen, San Marcos Evangelista, del paso de la Entrada en Jerusalén. Fotografía de Alberto García Soto