OPINIóN
Actualizado 27/02/2021
Julio Fernández

Profesor de Derecho Penal de la Usal

(Dedicado, con un recuerdo siempre emocionado, a Don Pedro Dorado Montero, Catedrático de Derecho Penal de nuestro Estudio Salmantino, en el 102 aniversario de su muerte, que se ha cumplido este 26 de febrero y que, como muchos otros intelectuales, fue duramente perseguido por sus ideas y por su dedicación y entrega a los más débiles)

Hace unos días, y buscando por la red en los archivos de RTVE un debate del legendario programa "La Clave" -que con tanto éxito dirigió en la época de la transición política española, el famoso periodista José Luis Balbín-, sobre "la pena de muerte", emitido en 1977, para aportárselo a los alumnos, en el que se discutió, desde el punto de vista jurídico, filosófico, humano, político e incluso religioso, sobre las causas, la justificación, los posicionamientos a favor y en contra -siempre con argumentos- de la pena capital.

En la disertación intervinieron figuras muy relevantes, como el entonces magistrado Gregorio García Ancos, el profesor de Derecho Penal de Salamanca, Carlos García Valdés (principal inspirador de la reforma penitenciaria española), el famoso abogado y uno de los fundadores de Alianza Popular, José María Ruiz Gallardón, el periodista que estuvo condenado a muerte por delitos políticos y luego se la conmutaron, Juan Antonio Cabezas, el director de cine y querido paisano Basilio Martín Patino, el secretario general de Amnistía Internacional, el británico Martin Ennals, el fraile dominico francés, Leopold Bruckberger y el eminente jurista uruguayo, Alejandro Artucio.

Pese a que el tema concreto de discusión siempre ha sido uno de los que históricamente han generado más polémica ?sobre todo cuando muchos países, entre ellos España en aquél momento, mantenían en sus leyes penales la vigencia de la pena de muerte- el debate se desarrolló sosegadamente, respetando las distintas opiniones y rebatiéndolas con argumentos, sin voces, sin insultos ni descalificaciones. ¡Admirable! En el debate se visualizó lo que brillantemente plasmó el gran filósofo alemán Hans-Georg Gadamer (1900-2002, es decir, vivió 102 años) en su gran obra "verdad y método" y por la que fue considerado el creador de la hermenéutica contemporánea, es decir que "transmitir, integrar, entender, comunicar" deba ser entendido, en términos prácticos, en el sentido de que una persona sea capaz de situarse "en el punto de vista del interlocutor y comprender sus posiciones". De acuerdo con estos postulados, "la inteligencia práctica, el sentido común y la subjetividad comunicativa" son conceptos fundamentales de la hermenéutica. La actitud reflexiva, serena y crítica en cualquier debate o discusión debe tener siempre como norte la máxima de que "el otro puede tener razón".

Han transcurrido más de cuatro décadas de aquéllos debates y lo que hoy sucede en los diferentes espacios de discusión que nos ofrecen las innumerables cadenas de televisión, programas de radio y millones de foros que existen en las redes sociales nada tiene que ver con aquélla elegancia en el trato hacia el adversario. Acontece también (y quizá sea ese el principal problema que incita a los ciudadanos a utilizar sistemáticamente la violencia verbal) en los debates parlamentarios, en las tertulias políticas, en las reuniones de familiares y amigos o en las campañas electorales. La reacción que genera en los ciudadanos esta bronca permanente, estos comportamientos insultantes, estas reflexiones viscerales e impregnadas del odio de muchos periodistas reaccionarios, es el hastío y la repugnancia.

Aún recuerdo hace ya algunos años, durante el primer gobierno de Zapatero, presidente que intentó (como todos los presidentes de los gobiernos democráticos) resolver el gravísimo problema del terrorismo de ETA, también con diálogo, cómo un día al iniciar un viaje con mi vehículo y conectar la radio, el dial -que siempre lo tengo en mi emisora favorita- saltó a otra cadena sin saber el motivo e inmediatamente escuché la voz de un exaltado periodista que no hablaba, gritaba como un loco, lo siguiente: "terrorista, porque los amigos de los terroristas son terroristas, separatista, filoetarra, conspirador del 11-M" y otras lindezas semejantes. Al final supe a quién vomitaba ese señor aquéllas palabras llenas de ira, al presidente Zapatero. Como es lógico, cambié inmediatamente de emisora. No es de extrañar que luego los políticos "amigos" de ese tipo de cadenas radiofónicas le siguieran la corriente y M. Rajoy le espetara a Zapatero que "había traicionado a los muertos". No es extraño que muchos políticos sigan pronunciando hoy día palabras muy gruesas y lo hagan sin ningún pudor, en sede parlamentaria o fuera de ella, con el único ánimo de derribar al enemigo político.

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