OPINIóN
Actualizado 26/02/2021
Mercedes Sánchez

El tiempo, que vive una doble vida, se embala y mueve sus manecillas como las aspas de un ventilador en un tórrido verano, se vuelve agua que se escapa entre nuestros dedos apretados, vano afán.

A veces, en cambio, parece que un minuto dura un siglo, y nada semeja llevar el ritmo que debiera. Queremos que unas cifras bajen y otras suban, que ocurra cada día lo que sea mejor para todos, que todo avance y nos posicione en una casilla diferente en la que vivir vuelva a ser parte de lo que fue (sólo queremos que regrese aquello que no era imperfecto).

Por este recorrido caminamos en ocasiones balanceando apresuradamente nuestros brazos, o los dejamos sin más a lo largo del cuerpo, melodía que acompasa nuestras reflexiones.

La primavera acude fiel a su anuncio, cronómetro impecable, y al campo le sale un sarpullido blanco de flores diminutas, a los árboles les crecen pequeños engrosamientos al final de sus ramas, brotes que avisan de que la gran fiesta se acerca. Los prunus de la mediana me regalan sus variadas gamas de rosa, rubor agradecido a nuestras asombradas miradas.

Una rosa, emergiendo como una exhalación al sol de mediodía, rodeada por las dosis justas de oscuridad, me sorprende sin previa presentación (¿cómo se pude esparcir el porcentaje exacto de luces y sombras para que una fotografía sea tan perfecta que llene nuestra alma de estremecedora emoción?). Esta imagen evoca en mí los acordes de una bellísima canción francesa en la voz de Gilbert Becaud, uno de sus más emblemáticos chansonniers, cuyas notas bailan entre los brillos de sus pétalos: "L'important c'est la rose". La traducción que se hizo de su letra al español cambió totalmente la historia que se cuenta en francés.

Por cierto, de Becaud se relatan algunas historias curiosas. Se dice que comenzó a estudiar música en el Conservatorio de Niza a la edad de 9 años. Siendo joven, se presentó para un puesto de pianista, y no le dejaron entrar en aquella sala por no tener corbata como dictaba el protocolo. Iba acompañado de su madre, que llevaba un vestido de lunares. A ella se le ocurrió cortar un trozo del mismo con el que improvisar una para su hijo, con la que volvieron a la entrevista y le dieron el trabajo. Desde entonces, era frecuente que en sus actuaciones llevara corbatas de lunares, que consideraba como un amuleto. También se dice que mandó recortar una de las patas de su piano para que tuviera una pequeña inclinación, apenas perceptible, y así poder ver a todos sus espectadores cada vez que daba un concierto.

Pues bien, escuchar este tema tan lleno de poesía en su versión original me hace reflexionar, de nuevo, sobre la esencia de las cosas.

Podemos caminar solos arrastrando una historia detrás, podemos ser "pequeños pájaros sin luz, sin primavera", "tener el corazón como prestado", que "lo importante es la rosa", "créeme", dice y repite tres veces este cantante en cada uno de sus estribillos. Y finaliza en su versión española: "Cuando acabes tu camino/ al final también conmigo cantarás/ lo importante es la rosa, créeme, lo importante es la rosa que baila sobre el tiempo".

La fotografía es de José Amador Martín, cuya obra tanto admiro y agradezco.

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