Nos hace más fuertes y despierta nuestro orgullo de pertenencia a una comunidad y a un territorio rayano
Ciudad Rodrigo y su tierra se juegan mucho en la continuidad de la diócesis con un obispo propio, exclusivo y residencial. Después de varias pérdidas a lo largo de los últimos dos siglos, acrecentadas particularmente en el último, la sumisión del obispado de Ciudad Rodrigo al de Salamanca sería una vuelta más del vil garrote sobre el cuello de nuestro territorio.
Quiero traer a colación aquí la metáfora de las capas de la cebolla. Al igual que esta está compuesta de muchas y finos estratos, va adelgazando y perdiendo cuerpo a medida que se le retiran. Algo así sucede con nuestra ciudad, comarca y obispado. La pérdida de instituciones y de servicios va anquilosando, empequeñeciendo y desprotegiendo nuestro territorio. Pero es verdad que, al igual que ocurre con las cebollas, a medida que se le retiran las capas, el núcleo se va haciendo más duro y resistente.
Viene esto a colación de la actual incertidumbre que nos aflige, pero que al mismo tiempo nos hace más fuertes y despierta nuestro orgullo de pertenencia a una comunidad y a un territorio rayano, enclavado en el oeste español.
No es la primera vez que esto sucede, ni probablemente sea la última. Históricamente hemos demostrado que nos hacemos fuerte ante la adversidad, que combatimos y nos defendemos ante los enemigos que nos asedian. Ciudad Rodrigo ha librado muchas batallas y siempre se ha repuesto. No podemos consentir que nos quieran vencer, derrotar ni humillar. Nuestras murallas actuales son el sentimiento de pertenencia a una comunidad colectiva, nuestra historia y nuestra cultura, y estas no nos las van a quitar, por más que quieran desmantelar la casa de todos.
Hace ahora 100 años se escribieron dos poemas, cuyo parecido con la realidad actual es más que una coincidencia. El primero es uno titulado "Monólogo charro", de Alejo Hernández, publicado en El Adelanto, el 28 de mayo de 1920. Escrito en lenguaje de la tierra, con muchas palabras del antiguo leonés, pondera a Ciudad Rodrigo (Zuidá-Rodrigo) como un centro comarcal de servicios y dice, entre otras cosas, lo siguiente:
Dicen que Roma es mu grande...
Ni lo niego ni lo afirmo;
yo no sé lo que habrá en Roma,
porque yo en jamás la he visto;
pero por mucho que haiga,
yo, que es poco me magino,
porque cualisquiera cosa
que tarde u plonto es preciso,
tires p'arriba u p'abajo,
búscala en Zuidá-Rodrigo.
Que barruntas el tempero
de la siega pa los trigos,
pos a por bieldos y hoces
corriendo a Zuidá-Rodrigo.
Que se te casa la hija,
con charro u con señorito,
y le tiés que comprar trapos
u le tiés que comprar hilos
de feligrana, u que quieras
darle dote por escrito,
pos ya sabes qu'hay que dir
corriendo a Zuidá-Rodrigo...
Pos magina qu'en la yunta
se malogra un güé, voy listo
a buscar veterinario
que valga a Zuidá-Rodrigo;
igual si tiés que comprar
unos zapatos, un cinto,
correitas de alzapón,
una albarda, un par d'estribos,
arreglar una dispensa
en Palacio del Obispo,
u mandar a hacer estudios
a un muchacho qu'ha salió
holgacián pa la labranza
y maleao con los libros...
Cualquer cosa de negocios,
que sean grandes, que sean chicos,
sea pa boda, sea pa intierro,
búscala en Zuidá-Rodrigo.
Allí tiés al general;
tamién está allí el obispo;
pa estudiar, el Siminario;
caciques p'al caciquismo;
los comercios pa las compras;
la usura pa un compromiso,
y pa cualquier cosa güena
está Juaquín Aparicio,
un ganadero que sabe
ser amigo de su amigo.
Yo me magino que Roma
es grande, aunque no la he visto;
pero por mucho que valga,
vale más Zuidá-Rodrigo.
El segundo, que data de 1922, es del comerciante Fernando Canillas, que fue alcalde de La Alamedilla entre 1912 a 1915. Lo escribió con motivo del cierre del semanario La Iberia, tras el fallecimiento de su director. El autor se lamenta por lo que ha ido perdido la ciudad: la audiencia, el cuartel, la guarnición, el gobierno militar, la Panera? Una ciudad sin industria, sin comercio y sin trabajo?, lo que a juicio del autor ha convertido a la Ciudad Rodrigo "en un villorio".
Hoy está Ciudad Rodrigo
como un villorio, está muerto.
La industria paralizada.
Está lo mismo el comercio.
Cuatro tabernas, sin gentes;
los cafés ídem de lienzo,
casi siempre sin tabaco.
Sin trabajo está el obrero,
se quejan los labradores,
se lamenta el barrendero.
El concejo está empeñado,
en las timbas no hay jaleo.
...Pero hoy ya de milagro
vivimos en este pueblo.
Pues se llevaron la audiencia,
la guarnición, el gobierno;
cuanto tenía importancia,
lo que había de provecho,
no quedando ya en Miróbriga
más que los dulces recuerdos
de un pasado venturoso.
Y un cuartel, sin tropa, nuevo.
Se ha cerrado La Panera,
se destruyó el teatro viejo.
No hay baile en la Sociedad.
El teatro tiene veto.
En Carnaval ya no hay murga;
hasta triste está Trejo.
Hoy, en fin, ya se despide;
hoy un adiós lastimero
al público La Iberia,
este semanario viejo...
Pues eso son las capas de la cebolla en nuestra ciudad y comarca. Una ciudad que en la Edad Media llegó a tener procuradores directos en Cortes, pero que finalmente perdió en favor de Salamanca, que empezaron a hablar también por Ciudad Rodrigo. Nuestra ciudad perdió la Intendencia de Hacienda y contaduría de la provincia en 1787, que fueron trasladadas a Salamanca. Después se le retiraron otras capas. Fue el último baluarte del Trienio Liberal (1820-1823) tomado por las tropas absolutistas partidarias de Fernando VII. En 1843 hubo un proyecto de constituir nueva provincia con capital en Ciudad Rodrigo, que no fructificó. En 1891 se suprimió la Audiencia de lo criminal. Entre 1846 y 1923 fue distrito electoral y tuvo sus propios diputados en las Cortes españolas. El gobierno provincial militar, que estuvo en esta ciudad, quedó finalmente supeditado a Salamanca en 1922. Se perdió el cuartel y la tropa -la última en 1937. Fue el desmantelamiento de la función militar de Ciudad Rodrigo.
Por todo ello no podemos seguir perdiendo más capas. Debemos conservar nuestra diócesis, con un obispo titular, propio y exclusivo de Ciudad Rodrigo, ni asimilado, ni compartido ni supeditado a Salamanca. Se trata, como ya he dicho otras veces, de una cuestión de supervivencia.
(Nota: Debo estos dos poemas a la gentileza del miembro del CEM, Juan Tomás Muñoz Garzón).