Buenas tardes a todas y todos. Le agradezco su invitación al profesor Leonel Reyes y a nuestra amistad en común, Eligio, para asistir a esta mesa donde pretendemos poner a la vista las implicaciones del tiempo de la pandemia de coronavirus en nuestra lectura. La colaboración de Fernanda Hernández y Christian Goeritz nos aportará datos interesantísimos y reflexiones sugerentes en torno a la posibilidad de llevar ya no solo un espacio recreativo al foco de la lectura en sí, sino también otro espacio más académico, o formal, en virtud del perfil de los libreros en esta magnífica casona xalapeña acogiendo nuestro Mercado de libros 2021.
Hablar de la lectura en mi caso representa situarnos ante una escena similar a la descrita en esas historias cuando el personaje tiene una corazonada tan firme en el instante menos esperado al punto de moverlo a dejarlo todo y salir en pos de ese amor. Por mi amistad con Eligio me permito citar a un autor leído por todos nosotros, Hermann Hesse, en su novela Siddartha. Ese joven de la India padece un rapto espiritual de tal calibre y sale de su casa para conseguir finalmente, al cabo de penurias, sudor y lágrimas, la iluminación al parecer ya conquistada desde un inicio por el simple hecho de ser humano.
Esta escena de dejarlo todo atrás e ir a por algo más resulta un motivo constante de las letras y de la ficción de la vida real. En el evangelio de hoy "Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: 'Sígueme'. Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió". Pero por supuesto, el rapto apasionado no sucede solo en el ámbito de la así llamada literatura espiritual o sagrada, sino también en el campo de la pasión de los amantes. Al parecer, una estética del amor sostiene la condición de lo oculto, o de lo escondido, para ese amor de los humanos no aprobado por los padres, ni la familia, ni la sociedad. La prohibición nos hace buscar los medios para arreglarnos a como dé lugar y conseguir por fin el beso y la entrega. Esto ustedes lo conocen, no necesito explicárselos.
Así me sucedió a mí con los libros. Algo en ellos acumulado como un reloj de arena desde el principio de mis tiempos se desbordó y me hizo dejar una carrera deportiva para reclinar mi alma pobre en las páginas amarillentas e impolutas de los libros de mi casa. De los libros de mis padres. Sí, la todavía no sé si feliz o trágica culpa de ser yo hoy una persona letraherida se debe a mis papás, a mi familia por sus otras bibliotecas en sus casas, y a Eligio. Eligio, por qué nos haces este mal a las personas.
Así fue como me hice lector. Y según otras amigas y amigos me hice poeta también. Aunque nunca he sabido si eso de poeta me lo dicen como un insulto suave, o como un halago rudo. Tal vez en alguna casa de los vecinos de aquí cerca, o no sé si pueda decir en el barrio, me conozcan como el poeta. Probablemente, ese sea mi apodo y yo todavía no lo escucho. Ahí va el poeta camino al Mercado de libros, deben haber pensado hace media hora. Si alguno de ellos nos acompaña, pues respetuosamente lo saludo y le dedico un par de versos, o un par de estrofas bien rimadas a la manera de un san Juan de la Cruz.
Pero como el tiempo se nos ha echado encima más valdrá irle poniendo punto final a mi intervención. Si les parece bien, podemos escuchar las experiencias de nuestros invitados... Por cierto, poniendo en relación todo esto con el tema de la pandemia, pues de eso se trata el diálogo, puedo decir lo siguiente. Compren un libro. Pídanle descuentos a los organizadores, regateen. Nosotros desde este lado de las mesas y los escaparates les sonreiremos, miraremos si les podemos bajar un poquito el precio y eso sí, les pediremos a los compradores guardando la sana distancia y la higiene debida una selfie para publicarla en nuestro muro de las redes sociales. Al final de nuestra jornada de hoy, entre las personas de esas selfis haremos un sorteo y regalaremos un estupendo libro de poesía.
Xalapa, Veracruz, México
20 de febrero de 2021
Juan Angel Torres Rechy
torres_rechy@hotmail.com