OPINIóN
Actualizado 19/02/2021
Laura García Juan

La profesora mirobrigense de la Universidad Autónoma de Madrid Laura García Juan ofrece un punto de vista más sobre la situación de la Diócesis

En estos meses son muchas las iniciativas que afloran en un intento de poder revertir la actual situación que parece abocarnos a perder nuestra sede episcopal. Desde estas páginas me quiero sumar a todas ellas, como una de esos tantos mirobrigenses que por diversas circunstancias están fuera, ausentes en el día a día, pero que no olvidan sus orígenes, y miran con dolor sus penurias. Desde mi posición privilegiada como geógrafa e historiadora, conozco de primera mano cómo se ha ido conformando un espacio sometido a muchas presiones y tensiones, pero que siempre se ha sabido reponerse, transformarse y mirar al futuro. Nuestra historia no debemos verla tan solo como algo propio. Con orgullo debemos tener claro que somos una parte importante de la historia del país, y hemos contribuido a garantizar la defensa de los límites del Estado a costa de nuestro propio bienestar. Todo ello sin olvidar un especial papel administrativo, siendo un magnífico ejemplo de ello el siglo XVIII, cuando Ciudad Rodrigo articulaba la defensa de Castilla, a la par que dirigía la intendencia de Salamanca, como capital que era de ella. Un peso que se veía afianzado por la existencia de una sede episcopal, pequeña, pero cabeza visible de un espacio altamente sacralizado.

Hablamos de territorio, pero también debemos hacer referencias a la población. Todas las circunstancias descritas han tenido reflejo en sus gentes, generación tras generación, forjando una capacidad de resiliencia que merece ser homenajeada. Yo misma debo parte de mi experiencia, y mi vocación geográfica, a esos antepasados que podemos materializar en los abuelos, que amaban el campo, nuestra dehesa, y nuestro patrimonio, a la par que nos inculcaron unos valores de pertenencia a un espacio digno de admiración. Todos somos tierra de Ciudad Rodrigo, y en ese todos, la iglesia también ha tenido y mantiene un papel que, distintos compañeros del CEM y de otras partes, están en estos días poniendo en valor.

Actualmente, la despoblación, crisis económicas, ahora el COVID,? están sometiendo a una gran tensión a territorios como el nuestro, teniendo como consecuencia una pérdida de población cada vez más difícil de revertir. Sin embargo, no es nuevo este tema. Ya en el siglo XVIII se constata la existencia de un gran número de despoblados y una pérdida de población que alarmó a las autoridades, y que generó también un movimiento por buscar soluciones para mantener viva a la comarca. Un objetivo en el que intervenía directamente la iglesia. Por un lado, a través de la fábrica de la Catedral, de su gran número de conventos y de diferentes cofradías? aportaba, entre otros, un impulso económico, que la convertían en un motor, tanto en Ciudad Rodrigo como en la comarca, muy necesario para solventar la situación. Pero tampoco podemos olvidarnos, que, con el seminario al frente, la iglesia fue la gran impulsora de la educación, o la sanidad con el Hospital de la Pasión.... Y es aquí donde la situación actual y la pasada difieren. Ahora mismo en esa lucha por sobrevivir se está eliminando una parte de un todo, desmontando piezas de ese motor con el que no dudamos que nuestra tierra conseguiría una vez más reponerse, apoyada en el pundonor de sus habitantes.

Más allá de una cuestión religiosa o de vinculación cultural, la desaparición de la sede episcopal, como he tratado de demostrar, con toda probabilidad, será uno de los últimos latidos de nuestra tierra, la cual, como hemos visto, se ha ido debatiendo en una constante lucha por sobrevivir desde hace siglos.

Laura García Juan, Profesor Universidad Autónoma de Madrid, CEM

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