Tranquis, no pienso encabezar ninguna reforma litúrgica. Entre otras razones porque no se han sacado todavía a la luz todas las posibilidades de la alumbrada en el Concilio Vaticano II, clausurado hace más de 55 años. Los tiempos han cambiado una barbaridad muchas veces en los últimos 2000 años. La Iglesia también.
He celebrado la Eucaristía en muchas ermitas, iglesias, basílicas y catedrales, como es normal en un sacerdote con más de 45 años de ministerio. Pero también las he celebrado en el Circo de Gredos (fue breve y con sombrero, pero el Sol consiguió quemarme), en muchos praos, en polideportivos, en albergues de montaña, en jardines, en residencias de mayores que carecían de capilla y debíamos celebrar la misa en la sala de estar de los ancianos, con una mesa camilla como altar, y hasta en un bosque en el Líbano.
Rezar en privado se puede hacer en cualquier sitio, incluso en un templo del Antiguo Egipto o en una mezquita, porque "de internis neque Ecclesia", o sea, que de la oración interior y sin lenguaje corporal alguno, aparte del silencio, que puede confundirse fácilmente con la contemplación de la Cultura, el Arte y la Historia o, simplemente, con la escucha atenta del guía turístico de turno. A mí, en concreto, me gusta orar en silencio en plena naturaleza, pero "de gustos no hay nada escrito".
Pero también se puede hacer oración pública en otros sitios, además de en la Naturaleza, por ejemplo en un autobús de peregrinos, o en un avión, una vez escuchados los consejos e indicaciones de los auxiliares de vuelo y alcanzada la altitud de crucero, naturalmente también en un barco, aunque muchos disponen de una capilla o espacio sagrado interconfesional.
Hago estas reflexiones teniendo ante la vista la querella de "Abogados Cristianos" contra la Junta de Castilla y León reclamando la anulación de la norma de aforo máximo de 25 personas en las iglesias y catedrales, incluido el obispo -si ha lugar- los sacerdotes, los acólitos, el coro, y tres o cuatro feligreses, que a 25 se llega enseguida -¡Ah, que no conviene cantar por los aerosoles!-. Leo en la prensa las razones de unos y otros y no voy a entrar en ellas porque no soy abogado, pero sí pastor de almas y ciudadano con algo de sentido común y ánimo dialogante, respetuoso con las autoridades y generalmente moderado.
Como pastor de almas me duele el dolor de mis feligreses, no sólo los mayores, frecuentes participantes en las celebraciones religiosas, sino también los niños y los jóvenes y sus catequistas ?dentro de un rato tenemos reunión telemática para constatar cómo andan los ánimos-; me duelen especialmente las dificultades que experimentan los jóvenes padres creyentes para celebrar la gran alegría del Bautismo de sus hijos y más aún los planes reiteradamente frustrados de los novios con proyecto de contraer matrimonio, pospuesto una y otra vez a cuenta de la pandemia y sus consecuencias.
Como ciudadano me enfadan los agravios comparativos. Por ejemplo, el aforo de los autobuses urbanos está limitado a 45 viajeros, por supuesto con mascarilla, mientras que el aforo de la catedral y de las iglesias grandes está reducido a 25, por supuesto con mascarilla también. Por poner solo otro ejemplo, las terrazas ?no el interior de los bares y otros establecimientos de hostelería, cerrados de momento- las he visto ayer domingo por la tarde con treinta, cuarenta, cincuenta clientes ?por supuesto sin mascarilla, que el chocolate con churros no se puede tomar con ella puesta-?y eso que no he bajado hasta la zona de San Julián, donde imagino había muchas más personas. ¡Ah, perdón, que las terrazas están al aire libre, donde los aerosoles se diluyen!
Dicho lo cual, se me ocurren dos soluciones: comprar un autobús Leyland londinense, por supuesto rojo, de tercera mano, de esos grandes, de dos pisos, sin exigirle grandes prestaciones, bastaría con que pudiera llevarme a un máximo de 30 km/hora hasta, por ejemplo, la puerta de la Purísima, o de San Martín, o al Paseo del Rector Esperabé ?llegar a la Plaza de Anaya sería difícil para acoger a los feligreses de San Sebastián-, o a la parada del bus en la Plaza de San Julián y embarcar a 45 feligreses en el piso de arriba en caso de buen tiempo, o en el de abajo en caso de frío o lluvia, y celebrar la misa mientras hacíamos la vuelta a la ciudad por la Circunvalación Sur ?más deprisa- o por la Circunvalación interior, más despacio.
Otra posibilidad podría ser utilizar el Atrio de la Catedral ?la parte no clausurada- e instalar allí una terraza o bien llegar a algún acuerdo con alguna de las muchas terrazas cercanas a las iglesias para ocuparlas durante media horita y celebrar allí la Eucaristía utilizando como altar una de las mesas, con el compromiso de asegurar una consumición por feligrés al terminar; la consumición podría, incluso, comunicarse antes de la celebración, para que pudieran servirla de inmediato al terminar y aprovechar así el tiempo para que la ocuparan otros clientes cuanto antes, que no queremos perjudicar a nadie.
Ya me estoy imaginando a un portavoz o funcionario de la Junta llamándome cínico. Ya ocurrió una vez en otro asunto discutido...y la Junta acabó dándome la razón. Y eso que quien me llamó cínico no era un nindundi, sino un altísimo cargo.