OPINIóN
Actualizado 29/01/2021
Mercedes Sánchez

Camino deprisa.

El campo, una explanada de diferentes tonalidades de marrones y verdes apagados, me ofrece un día soleado, festoneado de montañas, con un firmamento límpido y descaradamente azul.

Pequeños pájaros conversan entre ellos con charla animada, ocultos entre ramas de escasas hojas en los árboles que bordean la vereda.

El sudor llena de rocío mi frente, paso agitado, y los brazos se balancean adelante y atrás al ritmo de mi respiración.

Pienso que este día es un regalo, que esta acuarela desplegada ante mis ojos es un presente que me hace la naturaleza. Le doy las gracias por encontrarse en mi camino, a poca distancia de donde habito en plena ciudad.

Veo una pequeña mota en el cielo, en la lejanía. Parece simplemente un efecto óptico, fruto del esfuerzo.

Sigo andando y, cada vez que miro, aquel punto se va haciendo más grande? Casi se asemeja a un guión.

Huele intensamente a campo. En las orillas, finos ramajes eligen direcciones opuestas para ir creciendo.

Levanto la vista de nuevo, por fin vislumbro el ave en el que se ha convertido aquella pequeña línea, que se va acercando hasta media distancia.

Sus alas aerodinámicas, completamente desplegadas, planean en el cielo. Majestuosamente.

Me paro a observar cómo define amplias trayectorias firmando a su albedrío, como si el añil fuera un lienzo.

Acompasa su vuelo al ritmo que le impone el viento, esbozando intrincados arabescos.

Su sabiduría le hace danzar este hermoso baile.

Con emoción sublime sigo su viaje.

Sobrevuela el terreno con imponente envergadura.

Admiro extasiada cómo se desliza, señorial, surcando el azul y exhibiendo su elegante maestría.

Se traslada en amplios giros de forma tan natural, elevándose, mayestática, solemne, augusta, grandiosa, digna, regia.

Contemplarla me hace añorar su libertad.

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