OPINIóN
Actualizado 25/01/2021
María Jesús Sánchez Oliva

Hay gobernantes regulares, hay gobernantes malos, los mejores son los que no son ni buenos ni malos, posiblemente también los haya buenos, pero cuesta creer que esta no sea la única regla sin excepción, también los hay peligrosos, incluso muy peligrosos. La Historia está llena de nombres que han quedado grabados por sus maldades.

Donald Trump pertenecía al último grupo. Su llegada a la Casa Blanca ya pareció más un error que un acierto. Todo indicaba que se trataba de un fanático sin límites, de una persona que actuaba movida por la maldad, y su esperpéntica salida sin reconocer que los ciudadanos han sabido rectificar a tiempo pone de manifiesto que estaba más para ser tratado por siquiatras que para gobernar un país como Estados Unidos. Su mandato se ha caracterizado por las declaraciones grandilocuentes, por las polémicas dialécticas de todo tipo, por las amenazas y por los incidentes diplomáticos entre otras medidas de alto nivel que han perjudicado seriamente a su país y a todos los países. A todo esto hay que añadir su absoluto desprecio a los migrantes, a los colectivos más desfavorecidos y a los ciudadanos de raza negra. Imposible no destacar sus burlas de la pandemia, del cambio climático y de otros problemas que preocupan a todos los gobernantes menos a él. Cerrarle las puertas de la Casa Blanca a los cuatro años es pues un feliz desenlace.

No sabemos si el nuevo inquilino será un gobernante de los regulares, de los malos, de los buenos o de los ni buenos ni malos. Nos conformamos con que no sea de los peligrosos, porque cuando Estados Unidos estornuda, todo el mundo se constipa, y ya estamos hartos de gripes que tienen remedio.

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