La despoblación no es un fenómeno meteorológico. No surge por generación espontánea. Tampoco es fruto de una teoría conspiratoria que haya salido a la luz al albor de QAnon o de aquellos señorotes que se les llena la boca hablando de virus chino y de labrar la tierra, a los que como bien les dijo en su momento un trabajador: "Señor tal, ¡enseña las manos de callos!" (sic.). La despoblación es el asesinato por omisión de una tierra, por un acto de demotanasia.
Del griego antiguo 'demos' (pueblo) y 'thánatos' (muerte) este concepto fue acuñado por la historiadora Pilar Burillo para definir "un proceso que tanto por acciones políticas, directas o indirectas o por omisión, se obliga a la gente de un territorio a marcharse porque no puede vivir en él". Con esta palabra se pone en el centro a los verdaderos culpables de que se esté produciendo una desaparición lenta y silenciosa (y dolorosa) de la población de un territorio. Población que emigra y deja la zona sin relevo generacional, con todo lo que ello significa.
En Geografía, un territorio con menos de 10 habitantes por km2 se considera un desierto demográfico. Sin embargo, desde esa Unión Europea que puso los pilares para el desmantelamiento de una vida de cercanía por imposiciones del mercado, colocaron ese límite en 8 habitantes/km2 tras la adhesión de Finlandia y Suecia, pensando en las zonas del norte de estos países que por cuestiones climáticas están escasamente pobladas.
Sorprende que, en su momento, sólo los territorios desérticos de la zona ártica de la Unión Europea cumplían tal consideración, a pesar de lo cual presentan a día de hoy una situación demográfica bastante estable. Mientras tanto, en provincias como Soria, Guadalajara, Teruel, Zamora, Cáceres, León, Cuenca y Salamanca hay zonas con densidades de poblaciones similares - ¡o incluso menores! - a las de Laponia (véase el mapa de la investigadora Burillo-Cuadrado (2019). El color rojo -color en el que están las Arribes y el Abadengo- señala las áreas cuya densidad de población oscila entre los 0 y los 8 habitantes por kilómetro cuadrado). Y, sin embargo, la institución extracomunitaria, aun teniendo mecanismos para revertirlo (el artículo 174 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea dispone que la UE se propondrá reducir las diferencias entre los niveles de desarrollo de las diferentes regiones), tampoco les otorga la misma consideración que a aquellos del norte.
Este fenómeno, como bien se señala, nace de un modelo de gobernar. La constante inacción de los gobiernos nacionales de diferente signo político y de una Junta de Castilla y León que, ni está ni se le espera, nos están abocando a la desaparición. Aunque he de decir que, al menos algunos, no hacen el ridículo subiéndose a tractores de color azul o verde en plena campaña electoral. Es decir, hay una constante inacción desde las instituciones de nuestra Comunidad Autónoma. Parece que la mayoría de los políticos y políticas de nuestra tierra no están al servicio de la ciudadanía (ni siquiera lo están la mayoría de los diputados provinciales) sino que están muy ocupados sin saber muy bien haciendo el qué, porque ni siquiera los conocen en sus circunscripciones (¿o acaso el lector conoce los nombres de los representantes de Salamanca en las Cortes de Castilla y León?). Del mismo modo, han empleado tradicionalmente las instituciones autonómicas de Castilla y León a modo de trampolín para ascender en sus partidos y dar el salto a la política nacional. Y ahí sí que el lector podría citar bastantes exaltos cargos de este país que labraron su carrera política en esta tierra y otros tantos que a día de hoy siguen utilizando Castilla y León como granero electoral, para al día siguiente no saber ni colocar sus provincias en un mapa.
Este acto continuo de demotanasia es una obra trágica, semiautobiográfica, de un solo acto, en la que somos espectadores de primera fila. Como empezaba diciendo, esta muerte no es un sino divino. Es un asesinato. Si no tenemos las herramientas que faciliten posibilidad de crear un futuro digno, un proyecto de vida estable y de calidad es difícil revertir esta situación. Sin importar la edad que tengamos, estamos enfrentándonos constantemente y sin aliados a una búsqueda de expectativas, de proyectos vitales en la que es nuestra tierra. Y estamos perdiendo la batalla.