OPINIóN
Actualizado 09/01/2021
Tomás González Blázquez

Ir contra corriente también consiste en escribir sobre la Navidad entre el 7 y el 10 de enero, día este año de la Fiesta del Bautismo del Señor, con que la liturgia culmina el tiempo navideño. Soy consciente de que, de un tiempo a esta parte, se escribe más a mediados de noviembre sobre el sucedáneo de Navidad que nos venden? ¡y que hemos comprado! Entonces es el tiempo de los escaparates, de los planes y las luces encendidas; llegada la Nochebuena, no son ninguna novedad: ¡ya no hay nada que encender! ¿Cómo anunciar "tan tarde" a Jesús? ¿Acaso hay todavía hueco para él en algún escaparate o en algún plan? ¿Seguro que es una luz nueva?

Cambiados los muestrarios, desconectados los cables, llenas las hojas de una agenda ya pasada? resulta que aún es Navidad. Rescato tres momentos personales que no fueron míos, sino compartidos en actividades abiertas pero escasamente seguidas. Tres convocatorias con algo, ¡mucho!, en común. Fueron oraciones en las que, sobre todo, se celebró la vida. Así es como siguen ardiendo las brasas en el fuego de una Navidad que no se ha apagado, aunque algunos ya se empeñen en pasar página. Era una Navidad que había que "salvar" y que ahora tocará "lamentar". Está el guion escrito. Un libreto previsible donde los haya. Por esto traigo tres secuencias descartadas por el comité de autores y hurtadas al gran público. No formaban parte de lo salvable, ni mucho menos. Alguno tampoco se privó de lamentarse por ellas, por supuesto.

El 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, me emocionaron Carlos y Basia. Orábamos en la Catedral por los no nacidos y ellos compartieron su oración con sus no nacidos. Los que fueron brevemente en la tierra y son eternamente en el Cielo fruto de su amor. Que estén sumidos en tan gran silencio los que no han llegado a nacer, no porque no han podido sino porque no se les ha dejado, me anima a darles voz en esta torpe columna, y agradezco la difusión que tuvo la de hace un par de semanas por parte de la Diócesis de Salamanca.

El 3 de enero hacíamos memoria del Nombre de Jesús, más santo si cabe cuando son los niños quienes lo pronuncian. Nos confunde un mundo que apenas nos llama por el nombre, que nos prefiere con pseudónimo, uno más en la masa. El de Jesús es un nombre humano que significa que Dios salva. A cada uno y con nuestro nombre. Enhorabuena y gracias a la Esclavitud Mercedaria que supo acortar la distancia entre la Navidad disfrazada y la auténtica, sin contacto estrecho y sin ningún complejo.

Por último, gracias al canal diocesano de Youtube, me uní el 4 de enero a una oración en defensa de leyes que respeten la vida humana. Hubo en la Catedral denuncia profética de la ley de eutanasia que se está tramitando en las Cortes con una ligereza estremecedora, sin considerar siquiera el criterio del Comité de Bioética de España, ni las objeciones más que razonables, aunque tímidas, de la Organización Médica Colegial. Algunos no nos cansaremos de insistir en la denuncia de una ley, como lo es la del aborto, muy peligrosa para los más vulnerables. También en esto consiste la Navidad. Quizá consiste sobre todo en esto. Y por eso, realmente, nunca se termina.

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