OPINIóN
Actualizado 07/01/2021
Luis Castro Berrojo

A mediados de los 80 visité el Museo de la ciencia de La Villette en París con un grupo de escolares. En el vestíbulo había un robot humanoide que se acercaba a los visitantes y les interpelaba en varios idiomas. Al acercarme vi que charlaba animadamente con una chica japonesa. Me quedé asombrado.

  • - Chicos, dije a mis alumnos, mirad esto: es un robot capaz de entender a las personas y hablarles. Sin duda debe tener dentro un ordenador de tercera generación. Solo por ver esto ha valido la pena venir?

Debo decir que en aquella época en España se empezaban a usar ordenadores personales ?unos IBM que costaban un ojo de la cara?; sabíamos también que en Japón la Mitsubishi fabricaba ya coches muy competitivos mediante robots en la cadena de montaje y los aficionados a la SF conocíamos las célebres leyes de la robótica de Isaac Asimov: nada malo cabía esperar de estas simpáticas máquinas, que respetarían la ley mejor que sus creadores. El caso es que en ese momento, del mismo modo que ahora se espera la XX versión del iPhone o el 5G, esperábamos la tercera generación ordenadores, capaces de reconocer y obedecer la voz humana, como si fuera un santo advenimiento.

Pero, estando en La Villette, uno de mis alumnos me llamó la atención hacia un sujeto que, unos pasos detrás del robot, le guiaba con una consola y le transmitía las palabras con un walkie talkie.

Sin comentarios. Ese paso técnico aun se hizo esperar, pero hoy es casi trivial pedirle al robot que limpie la casa, vigile el asado en el horno o ponga música de Albinoni. Y sí, ya sabemos que un dron militar puede hacer cosas muy poco elegantes con nuestra privacidad o con nuestro organismo, aunque el responsable sea el mal nacido que lo teledirige.

Meditando sobre estos avances científicos, se me escapó hace poco delante mi cerebro-altavoz el siguiente comentario:

  • ? Hay que joderse, Alexa.

Y va y me suelta:

  • - He encontrado lo siguiente en Internet. Según Auerbach.com (?), este país se hundirá en la miseria independientemente de quién ocupe la Presidencia del Gobierno.

Según eso, es posible que los diseñadores californianos de este aparato estén difundiendo visiones catastrofistas y fake news, quizá con la intención de que cuando los humanos bajemos la guardia, los robots puedan hacerse con el dominio de mundo o, al menos, de nuestros cerebros, llevándonos a la desesperación. Los diseñadores dan por sentado que luego ellos serán capaces de controlar a los robots.

No sé. Hasta ahora el humano ha controlado al robot mediante programas de software instalados en él u órdenes emitidas por ondas electromagnéticas. Cabe imaginar que el siguiente paso sea la transmisión telepática. Cualquier emoción, sensación o pensamiento humano suscita acciones químicas y eléctricas en las neuronas y solo se trata equipar al robot con sensores capaces de detectarlas para que la cosa funcione.

Y cuando este tenga acceso a lo más íntimo de nuestra mente, ¿qué pasará? Se lo he preguntado a mi robot y me ha dicho con su voz aterciopelada que el futuro es mera especulación, aunque es de esperar que las cosas cambien.

(Imagen: Europa Press)

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