Caminante, no hay camino, se hace camino al andar ANTONIO MACHADO El que no valora la vida, no se la merece LEONARDO DA VINCI La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Enton
Dejamos el año de la pandemia, quien se lo podía imaginar, todavía no hemos salido de nuestra perplejidad, desconcertados, confusos, ante una realidad que nos oprime el ánimo. Para recorrer los caminos de la vida es necesario respirar, tomar aliento y observar el entorno que nos rodea para seguir con nuevas fuerzas. Ubicados frente al Covid, que nos ha oscurecido el mundo con una densa niebla de miedos e incertidumbres, hemos de relativizar muchas cosas innecesarias y accesorias para encontrarnos con lo esencial, como el valor de la vida, la amistad, el amor y la solidaridad.
En este nuevo año que comienza, puede ser un buen momento para poder desplegar en nuestra vida nuevas oportunidades de realización social o personal, pensando en un mundo mejor para todos, saliendo de esta espiral de muerte y enfermedad. Nuestro pensar presente está influido por las emociones y por los deseos inmediatos, es muy diferente al pensar en el futuro, donde no se suele incluir el yo, con lo que la toma de decisiones parece menos trascendente. Conscientes de esa realidad, somos libres para elegir y soñar desde la razón y el corazón con una nueva realidad más esperanzada.
Un buen propósito para este año, podría ser desplegar la creatividad y la solidaridad como hicimos en el confinamiento, en cientos de iniciativas en numerosos lugares del mundo. Despojándonos de nuestro yo, podemos hacernos cercanos y escuchar el clamor de los más necesitados y descubrir sus sufrimientos. Así la solidaridad surge de los anhelos más profundos de la fraternidad humana y, puede ser el humus necesario para transformar la sociedad y respetar la dignidad humana. Se necesitan personas que hagan de la solidaridad una virtud, que se encarne en sus vidas y desplieguen la lógica del compartir y del servicio.
Otro propósito para el nuevo año sería, intentar formar parte de las soluciones de los problemas cercanos y lejanos, sociales, económicos y políticos en la medida de nuestras posibilidades. La "ceguera moral", parece que es una constante en nuestra sociedad, pero en estos momentos tenemos una buena oportunidad para contribuir a la universalidad del bien más allá de todo relativismo. En este despliegue parecen tener un importante papel valores como la libertad, la igualdad, la tolerancia, el respeto a la naturaleza y la responsabilidad común.
Proponemos otro propósito, la necesidad de la lucidez. El encierro nos ha enseñado que no solo se combate el virus confinados y alejados, sino exigiendo a los organismos públicos que devuelvan a los hospitales los medios que se les privó y reconstruir un sistema de salud digno y para todos. La lucidez nos debe llevar a comenzar hacer muchas cosas de nuevo, no podemos volver a recluirnos en la religión del dinero, el consumismo y la ceguera de los administradores. Tendremos que mirar todo de nuevo, la tierra en la que vivimos y las ciudades en las que habitamos, las políticas que consentimos, ya que hemos perdido la capacidad de habitar.
Ya tenemos las vacunas, pero tardaremos en conseguir la inmunidad. Ya hemos pasado por la segunda ola del virus y estamos a las puertas de la tercera. Por lo tanto, un propósito y un ruego es la responsabilidad personal, no solo para buscar nuestro propio bien, sino el bien común. La responsabilidad moral es ante todo una autorresponsabilidad que nos afecta a nosotros mismos por lo que se refiere a acciones conscientes y libres, ante las personas que me rodean, ante el entorno natural, ante la sociedad promoviendo la solidaridad.
Si subrayamos la solidaridad, no podemos consentir las colas del hambre y la precariedad. La justicia social en estos años ha brillado por su ausencia, provocando numerosas brechas en nuestras sociedades. El orden económico mundial se alimenta de la pobreza y de la mano de obra barata. Los que dominan la economía mundial, bien sean empresas, fondos de inversión o países ricos, no quieren asumir ningún tipo de responsabilidad económica, social, ecológica que vaya más allá de rentabilizar sus propios intereses. Esperemos que en los nuevos tiempos de la pospandemia no sea volver a la normalidad económica anterior, ya que la normalidad era el problema. Es necesario exigir a los que dominan el mundo, que más allá de la rentabilidad, se necesitan bienes imprescindibles como la educación, la sanidad, pero, sobre todo, trabajo y vivienda para vivir con un mínimo de dignidad y seguridad.
Propondría otro propósito para el año, superar los miedos sociales y globales. Rebajar las incertidumbres existenciales, sociales, económicas, políticas y establecer lazos de mayor hondura en la búsqueda de sentido. No estaría mal subir ciertos niveles de religiosidad, hoy muy olvidados, para abrir horizontes más profundos y poder transcender más allá de nuestro propio yo. La espiritualidad es el mejor camino para humanizarnos. El pensamiento necesita ampliar los horizontes de sí mismo, no puede objetivarse, necesita de la experiencia, del humus del humanismo y a su vez del Ethos, al servicio de la dignidad humana. Podría estar acompañado de búsqueda de los grandes ideales y utopías, perdidos en la posmodernidad y dispersados en numerosos fragmentos de sentidos relativistas.
Desde ese horizonte de sentido, empujar a los políticos y a los agentes sociales, para desarrollar una globalización más justa e igualitaria, más allá de muros y fronteras, donde no sea el dinero el valor fundamental, sino la solidaridad, la hospitalidad y el bien común los objetivos prioritarios. Sin solidaridad y comunitarismo no hay futuro, todos necesitamos de ella, la pandemia lo ha puesto de manifiesto. No podemos volver a lo que se hacía antes del coronavirus, al egoísmo globalizado. Se puede hacer algo mejor, desplegando un desarrollo humano integral y desarrollar nuevas formas creativas de solidaridad
La globalización es una oportunidad para el progreso de las sociedades, pero tiene necesidad de un nuevo despertar ético, reformulando el consenso alcanzado sobre derechos humanos, ampliarlo y adaptarlo a los nuevos desafíos que nos estamos enfrentando. Armonizar lo global y lo local intentando limitar los conflictos entre los dos ámbitos, siendo la cultura de la paz y la hospitalidad uno de los valores más necesarios. Esto no solo implica una transformación de la sociedad, también de la persona desde los valores de la libertad social y la justicia socio-económica.
Son muchos los propósitos, pero tenemos tiempo si hemos aprendido algo de esta crisis. Todavía tenemos en mente muchos más propósitos que dejamos sin desarrollar: Apostar por productos de proximidad ayudando al pequeño productor y al pequeño comercio, consumir bienes de economía social y solidaria, fomentar la cultura frente al consumismo, vivir con menos, leer más, llevar una vida más saludable. Ahora más que nunca sabemos lo hermoso que es vivir, pero sin perder de vista las altas metas de una vida digna. Cualquier camino nos lleva algún destino, lo importante no es llegar el primero, sino juntos y a tiempo, viendo en el camino las estelas y señales, para encaminarnos hacia un futuro mejor para la humanidad. La utopía es la hija de la esperanza. Nos pueden quitar todo, pero siempre nos quedará la esperanza para seguir construyendo.