Estas mañanas grises añoramos el sol helado de una meseta cristalizada de frío, trémula y estirada como un diamante sobre el mundo que se despereza. De los hocicos salen las nubes de vapor y el parabrisas es un mundo geométrico de fríos despertares. El invierno tiene una cualidad recién estrenada que conjuga enero con nueva fecha y buenos propósitos. Y la palabra parece crujir en nuestra boca mientras enunciamos que esta vez sí vamos a dejar de fumar, cuidar el dinero, la alimentación y hasta salir a correr y a caminar por las sendas del deseo.
Porque somos seres deseantes y nos movemos por el deseo de aquello que, una vez tenido, pierde su brillo de estreno, su magia de papel de regalo recién desenvuelto. Y en la casa se amontonan los presentes navideños y se cierra el tiempo de descanso con una prórroga de reyes y paquetes nuevos.
-A estos angelitos no les hace falta nada.
Mis sobrinos llenan el pasillo de coches, helicópteros, seres diminutos que el gato sortea con sorpresa. No está acostumbrado a niños en las mañanas de pijama de piecitos y desayunos tardíos, no entiende este vuelco en el horario de duchas, cenas y criaturas trasnochadoras que se quedan dormidas, ahítos de navidad, sobre el sofá del comedor mientras el suelo de toda la casa se eriza de piezas de lego. Al gato le gustan el árbol de navidad y este tiempo sin horarios ni obligaciones que acabará con le certidumbre de un lunes inmisericorde.
-¿Y por qué tenemos que volver al colegio?
Pienso en las ventanas abiertas al duro frío de las afueras de la ciudad. Al gorro con pompón de una de mis alumnas que no deja ver la pizarra al que se sienta atrás. Pienso en los pasillos llenos, en las toses en sordina tras las mascarillas. Arrastramos los pies de un tiempo agotador en la fila de la toma de temperatura. Pita el termómetro, pero no de fiebre sino porque estás debajo de los grados mínimos. Estamos muertos de frío, y el frío es estimulante solo cuando los chicos acaban el recreo y su tiempo de jugar al fútbol con una botella de plástico aplastada porque no les dejamos utilizar una pelota.
-¿Cuándo va a terminar esto?
Esto es la clase helada, la ventana abierta, el chiquillo que ha estado en contacto con un contacto del contacto y se queda en casa viendo pasar las horas. Esto es tratar de mantener la distancia en el pasillo abigarrado, evitar el contacto y horrorizarnos cuando, afuera, los chicos comparten un cigarro, se sientan juntos mezclando las melenas largas y lacias que hacen de mis alumnas un todo extrañamente igual y colorido. Y el que más se pira es el que lleva el anorak más llamativo, un chaval alto que sonríe porque aunque es un pieza, lleva el encanto pegado a la carita helada. Algo tiene el rinconcillo donde fuman que desprende el calor de lo prohibido. Aunque haga frío y el día esté tan gris que nos asalta una tristeza sorda de final de vacaciones, justo en el momento en el que el gato vuelve a subirse al árbol de navidad con estrépito de espumillón y sobrinos recién levantados.
-Pero qué ganas tengo de que se pasen las fiestas, carajo.
Charo Alonso.
Fotografía Fernando Sánchez Gómez.