OPINIóN
Actualizado 28/12/2020
María Jesús Sánchez Oliva

Desde hace más de cuatro décadas, los mensajes navideños del rey Juan Carlos I antes y ahora del rey Felipe VI, dicen siempre lo mismo: tras las buenas noches con mucha solemnidad, un recuerdo de cariño para las víctimas de la desgracia que toque lamentar, de gratitud para los que, por obligación o por devoción, corrieron a socorrerlas, de apoyo para los que se quedaron sin trabajo y sufrían las consecuencias de las crisis económicas, de ánimo para los españoles fuera de España, para los que tenían que trabajar en fecha tan señalada, para las familias más desfavorecidas? y de esperanza para el nuevo año, porque los españoles, sin excluir a los políticos que habían demostrado lo contrario, somos luchadores, solidarios, comprometidos con las causas ajenas y muy capaces de vencer todas las dificultades con absoluta responsabilidad. Siempre lo mismo, lo mismo siempre. Pero los discursos reales de Navidad daban juego para que los comentaristas políticos no dejaran de sacar conclusiones favorables o negativas, según la ideología de quien las expresaba, hasta que los Reyes Magos no emprendían viaje de regreso a Oriente y había que volver a la realidad.

Este año los escándalos del rey emérito han conseguido cambiar el orden de los comentarios. Todos los medios, incluso los extranjeros, especularon sobre el contenido del discurso real hasta el hartazgo los días previos a Nochebuena, y una vez conocido, olvidaron las conclusiones. Como era de sentido común, Felipe VI no arremetió contra el rey emérito, quien, a parte de haber sido rey de España, es su padre, y si hablar mal de un padre es algo que cuesta hacer en privado, hacerlo en público cuesta más todavía, por lo que nada hay que reprocharle al respecto aunque esto solo lo entiendan los que no tengan razones para poder presumir de padres ejemplares y sí las tengan para avergonzarse de ellos, que haberlos hailos. Omitió pues el asunto y se limitó a lo que cabía esperar: enviar el recuerdo de cariño a los fallecidos por el coronavirus y a sus familias, el de gratitud para las fuerzas de seguridad, para los sanitarios y para todos los trabajadores esenciales, el de apoyo para los que han perdido su puesto de trabajo, para los autónomos que han tenido que cerrar sus negocios y para los que seguramente no podrán volver a abrirlos, el de ánimo para los enfermos en los hospitales, para los mayores en residencias y para los que viven en soledad, y el de esperanza, como de costumbre, para todos, porque los españoles saldremos de esta como solo nosotros sabemos salir: más fuertes, más solidarios y mejores profesionales. Total, lo de siempre: que los mensajes navideños del jefe del Estado, que son los mensajes de los gobiernos de turno, solo sirven para recordarnos a los ciudadanos que son conscientes de nuestros problemas y suelen hacer tan poco por evitarlos que, en lugar de gratitud, que es lo que pretenden que despierten en nosotros, despiertan indignación.

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