Desde pequeños, nos preguntamos sobre el porqué de las cosas y de su existencia. Y esta mañana, la curiosidad me ha llevado a preguntar el motivo, por el que la misa del gallo, se llama misa del gallo. Todas estas ceremonias cristianas, casi todas, tienen un origen pagado.
Todos somos conocedores de que la noche del 24 al 25 de diciembre da comienzo el alargamiento de los días. Y por este estelar acontecimiento, los antiguos lo celebraban con una fiesta, que duraba hasta el despertar del sol. Se iniciaba la fiesta con la degustación de una buena cena, y, después, en familia, se salía al campo a por teas y ramajes, se los prendía y, en procesión, se retornaba al poblado. Todo el paisaje se llenaba de puntos de luz, que iban confluyendo en una gran explanada, donde se juntaban todas las teas y ramajes, formando una gran hoguera en torno a la cual se bailaba, se comía y se bebía hasta que el gallo quebraba la noche y daba paso al despertar del sol.
La iglesia consideró el amanecer solar como un símbolo del Nacimiento de Jesús. Esa noche se iniciaba el ritual con una buena cena; se adornaba la iglesia con ramajes, y, a medianoche, los fieles se congregaban en la iglesia, portando unos pájaros enjaulados, que alegraban el ambiente con sus cantos; y otros, cobijando entre sus brazos un cordero lechal, emulando la adoración de los pastores, protagonistas en esa noche. El sacerdote daba principio a la misa y, al pronunciar el Gloria, se soltaban los pájaros, que revoloteaban por el templo expandiendo sus armoniosos trinos y gorjeos.
Una vez finalizada la misa, se procedía a la adoración del recién Nacido. Los fieles avanzaban en fila cantando canciones populares y loas al Niño, que, en 1458, tomaron el nombre de villancicos, (cantos de villano), entre cuyos autores afamados, se hallaba nuestro Juan del Encina.
"Que no se rompa la noche", se decía. y para prolongar el tiempo hasta el amanecer, en el mismo templo, se representaban autos sacramentales, que tenían como argumento pasajes bíblicos navideños, como aquel que se celebró, en 1223, en una cueva del pueblo italiano de Greccio, donde se montó un pesebre, con la mula y el buey. Un muñeco hacía de Niño Jesús y, debido al frío, a la hora del Nacimiento, empezó a llorar.
Y seguía la alegría y el jolgorio en la calle, y para iluminar el ambiente, en Macotera, esa noche de Navidad, se prendía una encina en el medio de la plaza, que ardía hasta el amanecer.
Y el culpable de todo este evento nocturno la tiene Sixto III, que, en el siglo V, instauró la costumbre de celebrar una misa de vigilia nocturna al amanecer, a la hora en que el gallo quiebra la noche. La nombró "ad galli cantus" (al canto del gallo). Cada "quiquiriquí del gallo era celebrado con gran jolgorio y alboroto. Posteriormente, la iglesia la fijó a las 12 de la noche, momento en que se inicia el nuevo día.
Y esta costumbre ancestral ha sido el pretexto de que la misa de Nochebuena se llame Misa del Gallo.