OPINIóN
Actualizado 21/12/2020
Luis Frayle

Hay épocas de la historia en las que lo esencial aparece soterrado, está oculto bajo lo superficial y vulgar. Otras en las que lo esencial, el pensamiento profundo sobre la vida y la muerte, sobre los problemas existenciales, vitales, del ser humano afloran a la superficie y están en la primera línea de las preocupaciones de las sociedades y por consiguiente también de los individuos, como pudo suceder en algunas épocas pasadas en las que se defendían ideales o creencias religiosas o morales con polémicas que trascendían el ámbito privado; incluso llegaban a defenderse paradogicamente con las armas, en contra de los propios principios morales o religiosos que defendían..

Puede ser que estemos en una época en la que los hombres se hayan olvidado de sí mismos, de lo que son en la obra del universo, como aturdidos por el ruido ensordecedor de las máquinas y deslumbrados por la intensidad de la luz que corre a velocidades vertiginosas por los espacios, y fuera de sí se han entregado, como embriagados por todos esos bienes ,por el poder y del dinero, y absorbidos por e los placeres que les proporcionan, hasta olvidarse de cuidar de su propia casa, su hábitat natural que es la tierra. En una palabra puede ser que vivamos en una de las épocas más decadentes y sin valores humanos de la historia.

La pandemia quizá haya venido a recordarnos que andábamos desbocados, fuera de nosotros mismos, sin vida interior, volcados hacia afuera, hacia lo inmediato y efímero, y que es necesario recapacitar sobre nuestra existencia, que parece ser que no es totalmente autónoma autosuficiente y autopoderosa, sino sometida a unas fuerzas incontrolables, que están transformando nuestra manera de existir y de vivir.

Las fiestas de Navidad en nuestra época y en muchas sociedades tradicionalmente cristianas se han ido transformando en fiestas vacacionales para el disfrute en general sobre todo del consumo, del turismo y la gastronomía, hasta quedar como símbolos y propaganda de las mismas algo que no tiene nada que ver con su origen cristiano ni siquiera en su sentido cultural de siglos; todo ello promovido, de manera declarada o no, por fuerzas y grupos de poder con motivos ideológicos o comerciales, por otra parte fruto de lo que llamamos globalización, que es sobre todo económica y consumista. Al hombre de hoy, alienado por la fiesta, no le queda tiempo ni lugar para pensar por sí mismo y vivir la riqueza que posee en la parte más elevada de su humanidad.

La pandemia, que nos obliga a retirarnos y como defendernos de esa alocada e insensata sociedad del ruido ensordecedor y convulsión que nos atrofia, puede darnos la oportunidad, si queremos aprovecharla, de volver a nuestro interior, Prescindiendo de los sentimientos y creencias de cada uno, es este un momento muy propicio para que todos avivemos nuestros pensamientos y sentimientos más altos y encontremos el sosiego y la paz con los nuestros, que estén más o menos cerca físicamente, pero muy cerca por nuestros afectos y buenos deseos, que se extiendan a sí a toda, la sociedad. No desaprovechemos este momento y esta situación, que aunque involuntaria e inesperada, puede transformarnos y trasformar nuestra sociedad para mejor.

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