A menudo escuchamos en una conversación entre amigos, conocidos, familiares, la frase "me equivoqué de mujer" o "me equivoqué de hombre". O "me equivoqué de carrera", o "de oficio" o "de trabajo". Yo digo "me equivoqué de ciudad"; no de mi ciudad natal, que uno no puede elegir, ni tampoco de ciudad en la que he vivido la mayor parte de mi vida (pues esa también se puede elegir) sino de la ciudad que elegí para mi etapa de jubilación.
Es muy difícil no equivocarse, o dicho de otro modo, acertar, cuando has conocido a la persona con la que te vas a casar un par de fines de semana, y es dificilísimo acertar con el piso que quieres comprar si lo has visitado un par de horas un día de sol o una hora un día nublado y te has olvidado de conocer el entorno. Lo mismo ocurre con una ciudad: las ciudades tienen unas "fachadas" y lo que ocurre dentro de la ciudad; tiene también muchas capas o estratos, como las cebollas; cada capa tiene un sabor distinto.
Si uno quiere decidir con cierta lógica una novia, un pretendiente, la casa de tus sueños, o una ciudad para vivir, no puedes limitarte a pasar un par de fines de semana en plan festivo. Esas historias de amor solo se dan en las películas o en las malas novelas.
Yo conocí la ciudad con la que me he equivocado, en mi infancia y juventud. Pero ¡qué distinto es uno siendo niño, o siendo joven, o en la edad madura! ¡Qué distintos los modos de vida, los criterios, los valores, las filias y las fobias a los sesenta años y a los doce! Querer vivir en una ciudad en la que has vivido durante tu infancia o tu juventud, no te sirve prácticamente de nada para orientarte: a lo que tú has cambiado le debes aumentar ¡todo lo que la ciudad y su población han cambiado!
Como sugería B. Martín Patino en su bella película "Los paraísos perdidos", los "paraísos" no se pueden recuperar porque no existen. Ni siquiera los de la infancia. Pero como los mitos funcionan en nuestra memoria, siempre tendemos a repetirlos.
¿Que qué rechazo o no me gusta de la ciudad que califico de equivocada? Rechazo el noventa por ciento de su contenido: las instituciones que no funcionan, que no acogen, cuyos objetivos desaparecen en su pomposo nombre o siglas; la mayor parte de su población, que como no ha salido nunca de ella, no pueden compararla con ninguna otra; se aferran a lo viejo conocido, a las viejas o malas costumbres, convencidos de que no hay otras maneras de vivir y de relacionarse con los semejantes más oportuna y placenteramente. Se aferran a las mismas quejas añosas, pero no se abren a resolver los problemas; si experimentaran que los problemas se pueden resolver a través de las aptitudes, de una buena formación y de una mínima voluntad, seguramente sentirían que han perdido toda su vida entre quejas e ignorancias.
"¡Es la más bonita del mundo!", proclaman algunos de sus habitantes más antiguos: no se dan cuenta o saben que lo bonito lleva siglos construido, y que su "mundo" se limita a un radio de dos leguas a la redonda.
¿Qué por qué o para qué escribo esta queja sobre mi ciudad idealizada? No para intentar, insensatamente, cambiar nada de ella, sino para intentar cambiarme a mí mismo, o mejor, mi relación con ella. Para conseguir olvidarme de sus limitaciones y aceptarla en su conjunto. Como única manera de vivir, con cierta armonía, en su vida cotidiana.