OPINIóN
Actualizado 15/12/2020
Charo Alonso

Estamos en tiempo de cosecha calabacera, ese momento en que a todo el mundo le pueden las prisas y lo que no se ha mimado en tiempos de siembra, cuidado y abono parece florecer como mala hierba que no hay modo de arrancar. Por suerte llueve y el suelo está tan blando que el jardinero sueña con abrir surcos, cobijar semillas, cubrir amorosamente y sentir en las manos la calidad y la cualidad de la tierra. Esa tierra que nos entrega patatas a manos llenas y que deja caer, desde árboles lejanos, naranjas plenas.

Estamos en tiempo de cosecha y vuelan los apuntes sobre el trigo incipiente, los aperos del huerto quietos, las heladas suaves, los sorprendentes granizos. Diciembre se apresta a la quietud mientras nos cobijamos del frío, y las aguzanieves salen a recorrer el asfalto bajo el que palpita despacio la tierra. Hay exámenes, tareas que deben terminar con el año en curso, cierres de ejercicio, listas que nos recuerdan un año insólito que se va a duras penas. Es tiempo extraño y desorientado, sí, y no parece que seamos capaces de mirar a nuestro alrededor con sensatez y mesura mientras se amontonan los cambios.

-Que ha dicho la ministra que se puede pasar de curso con muchos suspensos.

A los alumnos les ha entrado una repentina pasión por la reforma educativa. Barren para casa mientras se enfrentan a los malos resultados con ganas de cesar al entrenador. Han encontrado en los titulares una defensa de su falta de previsión sempiterna y la ministra, con su sereno discurso, parece una aliada de peso. Total como si nunca hubiéramos trabajado las notas de forma colegiada, que parece que las ponemos a voleo como se sembraba antes, metiendo la mano en el saco que iba sobre el corazón para sentir las semillas antes de lanzarlas, curva exquisita, sobre la tierra abierta. A mí las reformas educativas me llegan como las estaciones, y las acepto con los brazos abiertos porque soy un espantapájaros que no puede hacer otra cosa. Venga a nos tu reino. Uno no tiene más remedio que aceptar el viento, la lluvia, el granizo, la nevada, el calor y la plaga de estorninos. El espantapájaros no se despega del suelo ni para ir a Oz y así estamos, dispuestos a asumir la reforma sea buena, mala, regular o con pedrisco. Lo nuestro es la resignación cristiana y ya vendrá el inspector a decirnos como hay que redactar la programación, si en arameo, en griego clásico, en friulano o en verso. Total, al final la Generación del 27 sigue siendo maravillosa y el sujeto y el predicado, un clásico. Eso sí, los alumnos parecen muy interesados por la paja y no por el grano.

-Que dice la ministra?

-Que vale, que la ministra dirá lo que quiera en su infinita sabiduría, pero tú sigues teniendo un tres de media y no se hable más.

Uno pondría a todos los ansiosos a cultivar el huerto de la paciencia, a trazar el jardín de la alegría. Tiempo, cuidado constante, trabajo diario, un poco de originalidad, de abono y de suerte con los elementos. Uno quisiera dejar la cosecha calabacera y sembrar alegres flores de invernadero, hortalizas brillantes de agua, frutas luminosas. Claro que la realidad es agotadora, inmediata, quejosa, llena de pretextos y hasta de argumentos que divierten a quien deja a un lado el bolígrafo rojo para preguntarse el porqué de este sistema. Y lo vuelvo a escuchar, cuando la amenaza se cierne sobre la cabecita calabacera.

-Pues al final, me va a tener que aprobar porque lo ha dicho la ministra.

Y el espantapájaros que soy, se deja mecer por el viento helado, por no hacer mudanza en la costumbre. Es la cábala de notas y trabajo perdido a lo largo de las semanas de otoño, hojas que caen, cuadernos empapados de lluvia.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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