¿Qué otras pandemias han azotado a la humanidad?, ¿qué medidas además del confinamiento se ha aplicado a lo largo de los siglos?, ¿qué enfermedades se han controlado con las vacunas? De esto y mucho más hablamos con el farmacéutico Luis Marcos
La pandemia causada por la Covid-19 no es la primera que ha puesto en jaque a la humanidad a lo largo de su historia. De hecho, hay que remontarse a la Atenas de Pericles, en torno al año 430 a.C., para encontrar la primera epidemia documentada, tal y como explica el farmacéutico Luis Marcos, autor junto a la también farmacéutica Raquel Carnero del libro y exposición 'Vacunando. ¡Dos siglos y sumando!' y de 'Epopeya farmacéutica: la Farmacia en la Edad Media' (Ediciones Universidad de Salamanca). ¿Qué hicieron nuestros antepasados para enfrentarse a enfermedad tan devastadoras como la peste negra o la denominada gripe española? El confinamiento, una medida que nos parecía tan absolutamente excepcional cuando se declaró en la primera ola de la Covid-19, resulta que "cuando la situación empieza a complicarse es, sin duda, una medida eficaz que no ha cambiado a lo largo de los siglos si no se cuenta con un tratamiento eficaz o una vacuna". Ya en la Edad Media aplicaban medidas como cerrar los accesos a la ciudad (cierre perimetral) y recomendaban ventilar las habitaciones de los enfermos, y "lo que nunca fallaba era seguir el consejo fugere cito, longe et tarde redire (huye rápido, lejos y regresa tarde)".
La enfermedad es pareja a la historia de la humanidad, ¿cuál puede decirse que es la primera pandemia de la que tenemos constancia y cuál ha sido posiblemente la más devastadora?
Más que pandemia fue una epidemia, la primera documentada con cierto rigor gracias a Tucídides, un historiador griego que la vivió de primera mano. Nos encontramos en la Atenas de Pericles, más o menos en el 430 a.C., y el conflicto con Esparta, antigua aliada frente a los persas, sacude toda Grecia. Atenas está asediada por los espartanos y el hacinamiento, junto con las escasas medidas higiénicas, es el caldo de cultivo perfecto para las enfermedades infecciosas. Una apareció, probablemente fiebre tifoidea, que mató a una cuarta parte de la población, Pericles incluido, y dicen que fue el principio de la derrota ateniense en la guerra del Peloponeso.
Las pandemias (hubo muchas y variadas) más devastadoras fueron dos debidas a la peste: la de Justiniano, en el siglo VI y la peste negra, en el siglo XIV. La segunda fue peor porque pilló a la población y a los gobiernos peor preparados. Justiniano era un líder capaz que controlaba un gran imperio y pudo imponer políticas rigurosas tanto para combatir la pandemia como para recuperar económica y demográficamente sus territorios tras perder millones de habitantes.
Por otro lado, la peste negra fue como una avalancha en una Europa fragmentada en multitud de reinos frecuentemente enfrentados. No hubo una política firme, sino muchas, algunas buenas y otras no tanto, otras en países, otras solo en ciudades. Las condiciones higiénicas no ayudaban y eran peores que en el Imperio bizantino de Justiniano.
La peste, causada por la Yersinia pestis, es una zoonosis, es decir, una enfermedad que se transmite de animales a personas de forma directa o indirecta. El vector de la enfermedad era la pulga de las ratas, que en esa época pululaban tranquilamente. Las pulgas picaban a las personas y el drama estaba servido. Hoy día es una enfermedad que se puede tratar con antibióticos, pero entonces no había tratamientos eficaces y, dependiendo de las fuentes, parece que murió casi la mitad de la población del continente europeo. Casi inconcebible.
En una pandemia como la peste, ¿cómo se las ingeniaron en aquella época para controlarla?
No se tenían grandes conocimientos sanitarios, pero sí sentido común, y era habitual encerrar a los enfermos en sus casas bajo pena de muerte si salían. Incluso sus puertas eran marcadas para identificar las casas con personas infectadas en su interior. Otra medida sencilla pero práctica consistía en cerrar los accesos a la ciudad y no dejar entrar (o salir) a nadie sin autorización. Como contamos en 'Epopeya farmacéutica: la Farmacia en la Edad Media', también se recomendaba la limpieza, ventilar las habitaciones de los enfermos, quemar plantas aromáticas para eliminar miasmas del aire... pero lo que nunca fallaba era seguir el consejo fugere cito, longe et tarde redire (huye rápido, lejos y regresa tarde).
El confinamiento, algo que nos parecía inaudito en el siglo XXI, ¿sigue siendo curiosamente una de las medidas más eficaces para frenar una pandemia?
Cuando la situación empieza a complicarse es, sin duda, una medida eficaz que no ha cambiado a lo largo de los siglos si no se cuenta con un tratamiento eficaz o una vacuna. Está bien documentada la cuarentena de Ragusa en 1377. Su ley es un referente histórico que establecía unas medidas muy inteligentes. Ragusa mantenía aislados, durante un periodo de tiempo establecido, a los viajeros que querían entrar en la ciudad, prohibía el acceso a las zonas con más casos de peste salvo que se contara con autorización oficial... muy parecido a lo que hacemos hoy día.
¿Qué hemos aprendido de pandemias como la peste o la gripe española, en lo relativo a cómo mejorar la salud de los ciudadanos y evitar enfermedades?
Primero decir que la gripe española no tenía nada de española. La llamaron así en el extranjero porque era nuestra prensa la que más se hacía eco de lo que estaba pasando. En los países de nuestro entorno, enfrascados en la Primera Guerra Mundial, la prensa estaba censurada y no se hablaba apenas del tema. El origen no era español. Se habla de un posible origen norteamericano, chino o incluso francés, pero en España no empezó. Lo que hemos aprendido es mucho, como la importancia del conocimiento científico. Conocer la existencia de los microorganismos, que algunos son patógenos y por lo tanto la causa de las enfermedades infecciosas, el dar con la forma de derrotarlos o prevenir la enfermedad se debe al desarrollo de la ciencia. Los antibióticos y las vacunas son solo parte de nuestro arsenal: políticas sanitarias, higiene, acceso a agua potable, alcantarillado y depuración... todo suma y todo ha cambiado nuestro mundo. Siempre hemos dicho que lavarse las manos salva vidas.
En el Londres victoriano de mediados del siglo XIX hubo varias epidemias de cólera y la causa era el agua de consumo. La población que la tomaba aguas abajo del Támesis enfermaba y era por algo que hoy nos parece impensable: se vertían las aguas residuales directamente al río. Aguas arriba el agua estaba en buenas condiciones, pero aguas abajo, tras atravesar la ciudad, no lo estaba y la población sufría las consecuencias. No sabemos la suerte que supone contar con agua potable.