OPINIóN
Actualizado 27/11/2020
Mercedes Sánchez

Cae una gota, y luego otra, y otra, y van llenando de puntos oscuros la calle. Pasos oscilantes, costosos, primero uno, y luego otro, y otro, van dejando señales acuosas, caminos irregulares, intermitentes, silenciosos. El rastro de un carro lleno de compra dibuja, paralelas, las vías de un tren que podría llevar a cualquier mundo de ilusiones.

La cadencia se anima. A medida que la lluvia acaricia la superficie, las huellas se van borrando, desaparecen, sustituidas por el brillo húmedo, y los pies agilizan su ritmo. Ese rocío de pronto tamborilea. Empieza a sonar el traqueteo, hacia qué estación, camino del invierno, con qué maleta, la de todos los sueños, amorosamente doblados para que quepan en poco espacio, y puedan ser desplegados, a pleno sol, en otras épocas, con la hora de qué reloj, el que marque, paciente, todas las esperas.

Empiezan a abrirse paraguas llenando de mil colores el paisaje urbano. Bajo un manto plomizo caen mostarcillos brillantes que forman ese tul con el que vemos las calles desde una ventana. Los árboles se dejan duchar absorbiendo el agua justa y haciendo resbalar la sobrante, que se precipita, hoja tras hoja, como una cascada.

Me gusta ver cómo los desniveles arrojan el líquido elemento de las partes más altas y la acumulan en regueros que corretean, a lo loco, hasta llegar a un lugar formando un charco, para volver, culminado su hueco, a repartirse.

Tiene el agua algo de magia, de limpieza, de alivio, de descarga, de prisa y de calma, de noche y de aurora, danza trepidante que acompaña el sueño o el desvelo, llamando, melodiosa, con los nudillos, a los cristales.

La lluvia convierte el agua inodora en aroma a tierra mojada.

Está llena de armonía y ensueño, de tardes eternamente interminables, sinfonía de sentimientos propios y ajenos.

Gran invento, la lluvia, que permite vivenciar, desde nuestro interior, las cien vidas que vemos desplazarse con afán por las aceras, el ritmo acelerado de los coches, el cielo desdibujado. Mientras el suelo cobra protagonismo, la ciudad se acuarela hecha reflejos en sus charcos, se dibujan persistentes círculos concéntricos que se superponen, enlazados entre sí, aleatoriamente, como se hilvanan tantos acontecimientos en nuestra existencia.

Mis cortinas tienen prisa por juntarse de nuevo. Obedezco. Según me alejo de la ventana, acompaña mis pasos el tono repicante de las gotas?

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