OPINIóN
Actualizado 21/11/2020
Manuel Lamas

Figuran en mi haber bastantes años; es posible que más de los necesarios, o quizá, menos de los suficientes, para comprender la importancia de la educación.

A lo largo de mi vida, he conocido diversas reformas en esta materia. Y es desalentador que, quienes promueven los cambios, no son humanistas, tampoco filósofos, ni siquiera se cuenta con los educadores para abordar las modificaciones que se llevan a cabo.

En la sociedad de nuestro tiempo se cubren los puestos conforme a pautas convenientemente marcadas por el poder político. Asimismo, el perfil de los aspirantes a ocupar determinadas vacantes, ha de acomodarse a los fines de quienes dicen cómo hay que hacer las cosas. De ahí que cada formación política, cuando asume responsabilidades de gobierno, convierte en escombros lo que determinó la anterior.

Pero la educación es algo más serio. Ya sé que hoy no es rentable educar en valores. Es lamentable que, buena parte de la formación humanística, haya desaparecido de las aulas. Vocablos como respeto, solidaridad, confianza, colaboración y honestidad están en declive ¿Para qué sirven hoy los valores si al compañero lo tratamos como adversario, y la ayuda que le prestamos, ha de devolvérnosla incrementada con sus intereses?

Se tendría que educar para la vida, pensando únicamente en el bien de quienes reciben la educación. El problema es que, las personas ilustradas, no se dejan conducir como a rebaños. Quizá por esta razón se educa en interés de la sociedad. Y, cada poco tiempo, el sistema educativo adapta su ideario a las directrices de quienes ejercen el poder.

En la sociedad de nuestro tiempo, es más importante la apariencia de verdad que la propia verdad. Educar para la convivencia y, a través de ésta, mejorar la vida de la gente, es algo que no ocurre. Hay que decir, además, que la educación se degrada con los vaivenes de la política.

Pero no seamos ingenuos, también en algunas familias encontramos moldes estereotipados, convenientemente dispuestos para educar según usos y costumbres sin respetar, en absoluto, los derechos de las personas.

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