OPINIóN
Actualizado 21/11/2020
Francisco Aguadero

Tendremos nueva ley de Educación, tras ser aprobada el jueves 19 en el Congreso de los Diputados por 177 votos a favor, mayoría absoluta necesaria; 148 votos en contra y 17 abstenciones. Aún queda su trámite en el Senado y dada la correlación de fuerzas en aquella Cámara, no parece que vaya a sufrir ningún cambio. Luego quedarán dos cosas: la puesta en marcha y su aplicabilidad por parte de las autoridades, junto con la comunidad educativa; y, por otro lado, la campaña en contra de su aplicación que la oposición ya ha iniciado y que, entre otras cosas, impugnará ante el Tribunal Constitucional y la Unión Europea.

La LOMLOE (Ley Orgánica de Modificación de Ley Orgánica de Educación) será la octava Ley educativa que tendremos en casi cuatro décadas, lo que supone una nueva ley cada cinco años de media y que afectan a dos generaciones de españoles. Todos ellas con el denominador común de ser leyes polémicas, con fuerte enfrentamiento político y social, confrontación ideológica y división, que han puesto de manifiesto la imposibilidad e incapacidad de la clase política de entenderse y generar una Ley de consenso, que es lo que necesitamos.

La educación no es patrimonio de ningún partido político ni de ninguna clase social, sino que es una cuestión de Estado y como tal debería tratarse para que permanezca en largos periodos y pueda dar sus frutos.

Esta Ley, como las anteriores, durará lo que tarde en llegar al gobierno otro partido de signo distinto y nombre a su ministro de educación, el cual le prestará su nombre al nuevo proyecto que pondrá en marcha. Parece que haya una concepción patrimonial de las leyes de educación, porque se las conoce más por el nombre del ministro de turno que por su propia nomenclatura y lo que pretendan ordenar o aportar en beneficio de la ciudadanía: "ley Wert", "ley Celaá", por citar las últimas. Así es difícil hacer leyes de consenso nacional.

Los más de 40 años de democracia nos demuestran que esa idea instalada, por la que parece que todo Gobierno haya de hacer y tener su propia ley de educación, no funciona. Por el hecho de cambiar una ley no cambia, necesariamente, la educación. Porque en periodos tan cortos muchas veces la ley ni siquiera llega a las aulas en una gran parte, consecuentemente, lo que termina siendo es que una cosa es la ley y otra lo que se hace.

La educación cambia cuando cambia la organización escolar y cambia lo que sucede en la escuela, dentro de las aulas. Cuando se acomete la formación de los docentes y se mejora su consideración social, se fortalece el claustro, los equipos directivos, se consigue el apoyo de los padres a la escuela y se involucra a toda la comunidad educativa. Algo que me llamó especialmente la atención ya cuando hacía Magisterio, la sociología de la educación y la movilización de la sociedad por la educación.

La educación se hará cada vez más omnipresente en la misma medida en que vayamos evolucionando y, sin embargo, seguimos perdiéndonos en debates más propios de siglos pasados que del siglo XXI. Una y otra vez seguimos centrando el debate en si la religión debería estar o no en la escuela, si la educación debe ser o no ser concertada, en la territorialidad y sus consecuencias en el uso o tratamiento de la lengua, en si tener o no tener un currículo igual para todo el Estado. De ahí no pasamos y esto, aun siendo importante, es lo que siempre ha impedido y sigue impidiendo, el que se llegue al necesario pacto educativo.

Por supuesto, con la que está cayendo, no es el mejor momento para plantear un pacto educativo y, quizás, tampoco era el momento para abordar una nueva ley educativa así, de prisa y corriendo. Porque, al margen de que no se haya consultado suficientemente a la comunidad educativa implicada, se ha perdido otra oportunidad de abordar ese pacto de Estado por la educación tan necesario.

No sigamos haciendo leyes y educando como si fuera el siglo XIX o el XX. Deberíamos plantearnos cómo será el mundo en el 2050 y enfocar la educación hacia él. Aunque no lo sepamos, todo parece indicar que el mundo estará dominado e impregnado por las nuevas tecnologías, por tanto, estudiar tecnología será inherente a los tiempos. Parece recomendable educar más en capacidades, valores y actitudes que no en cosas. Estudiar más filosofía y humanidades, para entender mejor la complejidad del mundo nuevo, poder moverse mejor en él y afrontar el debate ético que inevitablemente llegará.

España necesita una profunda transformación en la escuela que genere una innovación acorde con los tiempos. Albergamos la esperanza de que algún día pueda haber un gran pacto de Estado que la haga posible y que permanezca.

La enseñanza es el camino para mejorar el mundo. Escuchemos "Cambiar el mundo" con Artistas Unidos:

https://www.youtube.com/watch?v=EHynVXBFMKE

Aguadero@acta.es

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