Sor Matilde de Luis en el Monasterio de la Purísima Concepción de las Clarisas ‘Franciscas Descalzas’ | M.F.
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Actualizado 07/11/2020
M. Fuentes

Tras cumplir una misión militar en Kosovo, a sus 26 años ingresó en el Monasterio de la Purísima Concepción de las Clarisas 'Franciscas Descalzas' de Salamanca

Matilde de Luis fue la primera mujer en la Compañía de Puentes del Regimiento de Ingenieros REI -11 de Salamanca. Esta salmantina tenía ese sueño hasta que se hizo realidad en diciembre del año 1999. De su época como militar, recuerda con especial emoción su trabajo en El Vendrell en el 2000, durante las riadas que inundaron esta localidad de Tarragona. El siguiente paso importante y vital para su vida, fue cuando en septiembre del 2002, durante 6 meses, fue destinada a Kosovo dentro de la misión de paz en esta provincia serbia devastada por la Guerra Civil. Coraje y determinación para afrontar ese reto profesional, más si cabe cuando antes de emprender ese viaje, Matilde ya había sentido "la vocación".

"Deseaba ir para poder ayudar. Mi sorpresa fue que no iba a tener contacto con la gente de allí, sino a una misión más oculta, como operadora de transmisiones. Me pasaba más de 16 horas, día sí, día no, en una sala, la cual los compañeros que antes habían estado, llamaban "el zulo", porque era de dimensiones bastante reducidas, de guardia, pegada al teléfono, con todas las medidas de seguridad alrededor, cons-cientes de que en cualquier momento nos podían atacar. La idea de una misión en ese momento para mí se basaba en poder cambiar el mundo, y me di cuenta que para cambiar el mundo primero tenía que cambiar a las personas que tenía a mi alrededor, pero eso fue más allá, y comprendí que antes de eso, la que tenía que cambiar era yo. Ante esa reflexión, empecé a mirar más que nunca a mi interior, así era como para mí se transformaba todo, me encontré con Dios y conmigo misma", explica.

Su fe se intensificó esos meses cuando descubrió el poder de la oración, leyendo un libro que le había mandado su madre titulado 'Las Confesiones de San Agustín'. Llamó su atención que él se había convertido gracias a las oraciones y lágrimas de su madre, Santa Mónica. Consciente de que Dios estaba con ella, cada día sentía las oraciones y los rezos de los niños y de sus hermanos del Camino Neocatecumenal en la Parroquia Cristo Rey ubicada en el Barrio Vidal. La fe le había acompañado desde niña pues viene de una familia profundamente cristiana.

Seis meses y un cambio de vida

Tras cumplir la misión militar en Kosovo, Matilde volvió a Salamanca con una semilla más arraigada y dos años más tarde fructificaría en su "sí al Señor". Una decisión que cambiaría su vida para siempre: abandonaría las armas y apostaría por la vida contemplativa. Según ella misma explica, la vocación la sintió dos años antes de ingresar en el ejército, pero ese momento "no quiso verlo" y siguió adelante con sus planes. "Estoy segura de que yo no tomé la decisión, la tomó Dios por mí, no entendía por qué Dios había elegido para mí la clausura cuando era algo que yo siempre rechazaba, además era feliz en el Ejército, pero quería hacer la voluntad de ¨Dios, sabía que sólo así encontraría la verdadera felicidad", recuerda.

Fueron determinantes las palabras de San Juan Pablo II: "No tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo" y las de Benedicto XVI "Dios no quita nada, lo da todo". Con esas palabras resonando en su interior, en un encuentro con el iniciador del Camino Neocatecumenal Kiko Argüello, en Ámsterdam, anunció públicamente que ingresaría en la clausura. Antes había dejado escrita una postal de felicitación a su madre, porque precisamente era el Día de la Madre en la que le indicaba que algún día su hija le daría una sorpresa. Y para ellos, lo fue. Entre la confusión e incertidumbre por la atípica y compleja decisión, su familia entendió a Matilde y todos estuvieron a su lado el 2 de octubre de 2005, día en que ingresó, a sus 26 años en el Monasterio de la Purísima Concepción de las Clarisas 'Franciscas Descalzas' de Salamanca. El 1 de Octubre de 2006 tendría lugar su toma de hábito, eligiendo el traje militar, en vez del tradicional de novia. "Era a lo que yo renunciaba por responder a la llamada y me costaba horrores dejar mi vida de soldado. Fue mi entrega al Señor, renuncié a todo por él. Dios está por encima hasta de mis sueños", detalla.

Hoy, sigue allí con estricto régimen de clausura. No pierde la sonrisa. Allí es feliz. Es la cocinera del convento. "Soy la dueña de los estómagos de mis hermanas", afirma entre risas. Muchas horas de rezos, silencio y meditación. Conviven un total de 10 monjas, ella es la más joven con 41 años, aunque tienen una aspirante con 26. "La clausura se impuso a mis sueños. Para mí la clau-sura es el corazón de la Iglesia, es el lugar donde vivo mi intimidad con Dios, es muy importante la vida de oración. Rezamos cada día por todas las personas que sufren, yo amo a las personas, de ellas no nos separa una reja, pues todos están en mis oraciones y están en mi corazón. Los que no nos conocen piensan que es algo frío y distante, pero yo estoy aquí por cada uno de vosotros. Desde aquí hemos sufrido mucho con esta pandemia porque se notaba la ausencia de voces de los niños, y palpaba desde cada ventana un sufrimiento. Esta pandemia nos está haciendo más humanos, y ojalá sirva para que más seres humanos apuesten por Dios no como un amuleto, si no como un refugio que siempre está y donde todo tiene sentido. Ha habido un momento hermoso, en medio de tan durísimo sufrimiento en el que ha latido el corazón de España, sólo había un latido que era amar y desde aquí lo celebramos. Seguiremos acompañando con nuestra oración y nuestro corazón, y diariamente rezamos por todos aquellos seres queridos fallecidos durante este tiempo víctimas del Coronavirus u otras causas, y por todos sus familiares pero con un gran consuelo y una gran esperanza", concluye.

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