Por toda España se empiezan a producir manifestaciones contra las medidas anti-COVID que suponen limitación de movimientos y de reuniones. Que en algún sitio se hayan frustrado ?como aquí en Salamanca? no significa que no vayan a repetirse, pues se ve que la pandemia va para largo, lo mismo que las medidas que la afrontan. Y aunque, a primera vista, estas movilizaciones son semejantes a otras anteriores por los choques con la policía, la rotura de mobiliario público, gritos contra el gobierno o los políticos, etc., en realidad se trata de un fenómeno en gran parte nuevo y distinto de las movilizaciones urbanas clásicas.
Por eso creo que el acreditado periodista Enric Juliana se equivocaba hace unos días al comparar estas movidas con las que hubo en Gamonal (Burgos) en 2014 y más aún cuando por extensión las asimilaba al movimiento del 11-M y al surgimiento de Podemos (La Vanguardia, 1 de noviembre pasado). Según él, Gamonal se situaba "enfrente" de los gobernantes y al margen de los partidos políticos, tanto de derecha como de izquierda, y ahora, cuando han vuelto a salir allí a la calle un centenar de personas, ve un "nexo" entre lo de antes y lo de ahora, si bien reconoce que hubo vecinos aplaudiendoa la policía (cosa que nunca ocurrió anteriormente) y participantes de 2014 que no se identificaban con la manifestación. Se puede añadir que una portavoz de IU/Podemos la ha rechazado expresamente: hay que movilizarse, pero no por eso y no así.
Las movilizaciones clásicas de Gamonal y de otros barrios de las periferias urbanas y sociales tenían unos objetivos políticos claros y, desde luego, no eran ajenas a las organizaciones (asociaciones de vecinos, partidos, sindicatos). Y no pocas veces conseguían sus objetivos, como evitar una obra pública lesiva, crear un nuevo instituto de secundaria o urbanizar zonas abandonadas. O hacer campaña política para tener representación en el ayuntamiento. La disparidad ideológica de los convocantes no impedía la unidad de acción, factor imprescindible en la brega política.
Nada de eso ocurre ahora. Es cierto que la debacle social producida por la pandemia y la crisis económica origina descontento y frustración, sobre todo entre los jóvenes, lo que, a su vez, puede empujarles a la protesta y a la movilización callejera. Esta es una situación nada novedosa, que da lugar a una reacción comprensible, pero que no tendrá efectividad política mientras no adquiera una línea de acción coherente. Las manifestaciones que comentamos carecen de ella y es cosa evidente a poco que se reflexione.
La exigencia de "libertad" -lema destacado en estos eventos- es algo estúpido e irresponsable aquí y ahora. Ya la primera Declaración de derechos europea, la de 1789, señalaba que libertad es poder hacer todo aquello que no perjudique a otro, cosa que no ocurre cuando vamos contra las recomendaciones de las autoridades sanitarias. Así mismo se decía, y así es, que la libertad de cada uno termina donde empiezan las libertades de los demás, las cuales, en un momento de emergencia, pueden exigir medidas de limitación de esas mismas libertades. Es algo paradójico que solo se puede justificar con aquello de "a la fuerza ahorcan": es el mal menor frente a la amenaza de la hecatombe colectiva.
Estas movilizaciones carecen de esa racionalidad y están condenadas al fracaso, pues resulta imposible evitar medidas de emergencia en momentos críticos. Y es difícil que un movimiento social tenga alguna incidencia sin un mínimo de coherencia moral y política, algo casi imposible en una turbamulta donde van codo con codo negacionistas del COVID, neonazis, conspiranoicos y niños de papá más o menos teledirigidos unos y otros por Vox y algunas redes sociales pensadas para atrapar a incautos.
(Foto: calle Vitoria en Gamonal, 2014. Wikipedia)