OPINIóN
Actualizado 23/10/2020
Mercedes Sánchez

El tiempo transcurre sigiloso, como si no pasara, como si existiera una suerte de espuma que lo elevara hasta algún recóndito lugar. El tic tac ha huido de los relojes como los truenos escapan despavoridos de las tormentas. Las manecillas dejaron de existir en su transcurrir redondo y las horas marcan números cuadrados en nuestras pantallas.

Llueve. El aire, ya limpio, nos llena de iones. La vida, de pronto, simula el lugar seguro de siempre. Parece que encontraremos, de nuevo, sonrisas cercanas al doblar cualquier recodo de la calle.

El otoño, confiado, arrebata toda nuestra atención. Exhibe todos sus ropajes de colores, presumido, y los coloca como si fuera la cola de un pavo real. Como un potente radar que captara todas las miradas.

Ante nuestros ojos, descaradas, hojas de mil tonalidades se amontonan, tanto en las copas de los árboles como en el suelo, formando distintas capas, alfombra sobre alfombra, que tejen aquellos sueños de colores que están por venir, prestos a echar a volar.

La estación marca su compás con metrónomo constante.

Conozco todos sus ritmos, todas sus tonalidades, todas sus gamas?

El otoño, latiendo, me es familiar.

Su mensaje: ser árbol aunque se pierdan las hojas.

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