Se produce una vuelta atrás imparable en tantas cosas. Vivimos una involución vertiginosa. Aumenta continuamente la injusticia social. El mundo lo secuestran unos pocos pijos con sus diseños y el resto de la población que se joda. Cosas que eran gratis ahora hay que pagarlas, y otras que costaban poco ahora cuestan mucho.
Nos acorrala un moralismo cursi y rígido. Persiguen brujas por todas partes, ven al diablo en todas las esquinas. Entran en las bibliotecas y en los museos para buscar al diablo. Nos recortan el lenguaje, ya casi nada se puede decir, o hay que hablar con circunloquios ridículos. La hipocresía avanza de una forma increíble, porque en realidad a nadie le importan los demás, solo quedar como un santurrón. El puritanismo lo ve todo impuro.
Todo está contaminado y falseado. Todo lo vivo se vuelve mecánico y muerto. Instauramos una corrección impersonal que elimina toda personalidad y toda originalidad. Lo hacemos cada vez todo más mecánicamente. Los alimentos son mecánicos y manoseados. Lo manosean todo, los genes, los sabores, los productos. Ya no sabemos en qué consiste nada.
La gente va como zombi por las calles mirando teléfonos móviles. Ya nadie mira nada a su alrededor ni escucha nada. El mundo se sustituye por la pantalla del móvil. Se evapora todo y todo se vuelve gaseoso. La alegría creadora de otras épocas se vuelve hipocresía y miedo a todo. La cultura se trivializa y todo el mundo da lecciones. Todo se vuelve trivial, incluso los grandes ejecutivos citan a los maestros zen.
Lo único que crece son las máquinas. Y las máquinas en la mayoría de los casos nos complican la vida en lugar de ayudarnos. Las cosas más sencillas se complican.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR