OPINIóN
Actualizado 11/10/2020
Soraya Herráez y Rebeca Martín

La revolución real de la lectura se dio en el siglo XVIII cuando este hábito hasta el momento entendido como religioso, público e intensivo se secularizó y se convirtió en una costumbre más privada y extensiva, llegando los libros a las casas.

Comenzó a entenderse el acto de leer como una práctica buena para el pueblo que le enriquecía y a la vez alimentaba su tradición, además de ayudarle a definir su estatus social: otorgaba valor al que literariamente se diferenciaba de la oralidad (más propia del momento presente) y era capaz de dialogar a través de lo escrito con el pasado y ayudar a construir otro futuro.

Desde entonces esta definición ha ido adquiriendo diferentes matices según el momento social, cultural y económico hasta llegar al papel de la lectura en la actualidad. Diríamos que el acto de leer se convierte hoy y ahora en una forma de resistencia frente a lo establecido, un potencial que, al compartirlo, nos hace más libres y más críticos.

Leemos para construir otro futuro fijándonos en el pasado, está claro, pero tenemos a nuestro alcance tantas herramientas, recursos, formatos, informaciones que o aprendemos a manejarlas y a diferenciar su interés en el contexto actual o serán ellas las que nos lean a nosotros como si fuéramos simples códigos de barras. O lo que es peor, uno de esos monjes del XVIII que memoriza sin final lo que otro contaba para él.

La lectura es tan importante porque sirve para todo y a la vez para nada, pero sirve. Como decía Fabricio Caivano, diplomado en Sociología en la especialidad de Educación y editor de la revista CLIJ, "leer es buscar otras realidades para comprender mejor esta realidad. Un mecanismo de intercambios entre lectura y vida, entre unas lecturas que nos enseñan a vivir y una vida que nos lleva a leer".

Feliz domingo, lectores.

Rebeca Martín

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